La prepotencia, mal de muchos

*Marta Saenz Correa

Hoy, estas cortas líneas van dirigidas a la prepotencia, característica que hace que las personas impongan su poder o autoridad sobre otros sujetos para sacar provecho u ostentarlo. Suele  asociarse a la soberbia y a la arrogancia.

El sujeto prepotente tiene una excesiva valoración de sí mismo; en otras palabras, se siente superior a los demás. Convencido de que el resto de la gente debe someterse a su voluntad, no duda en tratar de imponerse sobre los demás. Su autoritarismo exagerado los hace irrespetar el orden establecido con tal de satisfacer sus vanidades personales. Tienen su ego hipertrofiado y solo viven para satisfacer sus deseos, sin permitir que nadie lo cuestione. Están permanentemente en guardia para reaccionar.

Los prepotentes los caracteriza un exagerado amor propio, una inmensa susceptibilidad, y una sensibilidad excesiva que se manifiesta cuando enfrentan cualquier contrariedad. Siempre se refieren en exceso de alabanzas cuando hablan de sí mismo o de lo que hacen, como si nadie más lo hubiera hecho tan bien como lo hicieron ellos. Superficialmente aparentan ser amigables y bien ajustados a la sociedad, siempre y cuando no exista algo que contradiga a sus intereses. Desde pequeños muestran una falta de respeto hacia las reglas sociales establecidas, y tienen escasa tolerancia a la frustración. Su conducta se encamina a la satisfacción inmediata de sus impulsos egoístas, sin consideración de las consecuencias que esto genere a sus semejantes.

El problema de los prepotentes está en su interior, porque sus miedos e inseguridades hacen que necesiten manejarlo todo y a todos. Aunque no lo parezca, su autoestima es tan o más baja que la de una persona sumisa. Simplemente, donde unos se dejan pisar por los demás porque se sienten inferiores, los otros necesitan ir pisando para sentirse superiores. Suelen ser personas muy críticas con los demás, pero también consigo mismas. Quieren tener siempre la razón y se ponen agresivas si alguien les lleva la contraria.

Ahora bien, dejar el viejo hábito de la prepotencia no es tarea fácil. Lo primero, es pensar en las cosas que te hacen comportar como si fueras superior a los demás; lo segundo, dejar de asumir que sabes más que los demás. Lo tercero, se compasivo, mira a los demás por todas sus luchas, triunfos, logros, dudas, fragilidad y fuerzas, con lo que verdaderamente están hechos; lo cuarto, se asertivo, no agresivo, y por último, prueba con algo nuevo. Haz algo que requiera que confíes en el conocimiento y las habilidades de alguien más. Permítete confiar en ellos, y mantén abiertos tus oídos y tu mente. Aprender es un proceso de humildad, y al ser humilde, es posible desaprender a ser prepotente.

Si se te acerca una de estas personas, te invito a que, antes de juzgarle te des cuenta de que ese enfado con el mundo en realidad esconde un enfado mucho mayor consigo mismo. Haz un esfuerzo ver a la persona que se esconde detrás, por comprender lo que necesita y lo que le llevó a ponerse esa mascara para protegerse del mundo.

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