A finales de los años 80 el entonces presidente de la Asociación Nacional de Industriales, Fabio Echeverri Correa, pronunció una frase que resultó ser muy efectista: “a la economía le va bien, pero al País le va mal”. La afirmación se refería al hecho de que los principales indicadores macreconómicos registraban cifras positivas; en tanto que los problemas de violencia y de narcotráfico alcanzaban niveles demenciales de atentados, asesinatos, masacres y, en general, descomposición de la sociedad, a nivel de todas las regiones y estratos.
La frase no es fácil de asimilar, ya que lo que nos muestra la historia es que las civilizaciones y culturas más avanzadas de la humanidad siempre se han dado en países con altos niveles de desarrollo económico. De la misma manera resulta imposible que un país con un desarrollo económico atrasado pueda sustentar un aceptable grado de desarrollo cultural.
Pues bien, digamos que la realidad es tozuda y ante los hechos cabe, de un lado, reconocerlos y, de otro, interpretarlos. De la misma manera en que dos seguidores de equipos adversarios dicen que el partido fue bueno o malo, según le haya ido a su respectivo equipo, en la economía, cada agente conceptúa de acuerdo a como lo afecten los sucesos económicos. A veces ocurren fenómenos, como el de una recesión económica, en la cual les va mal a todas las partes, tal como ocurre en el caso de la quiebra de una empresa, que implica una pérdida de capital para los empresarios y pérdida del empleo para sus trabajadores; lo más probable es que en este caso, coincidan empresarios y trabajadores en el diagnóstico de la situación, lo cual no sucede siempre cuando la economía discurre por sus cauces normales.
¿Qué es lo que genera que, ante una misma realidad económica, se produzcan opiniones tan diversas y, en algunos casos, contradictorias? La respuesta no es otra que la existencia de concepciones diferentes sobre lo que deben ser los modelos de desarrollo económico. Al respecto podemos agrupar estas concepciones en dos grandes tendencias; de un lado, están los que circunscriben el desarrollo económico como un proceso que busca generar riqueza en forma eficiente y recompensar, en forma ilimitada, sin restricciones, a los empresarios y financiadores de tales procesos; en tanto que a los trabajadores que aportan su energía y sus conocimientos a la producción de bienes y servicios, no se les retribuye con la remuneración y las condiciones laborales adecuadas.
En los tiempos actuales se presenta el fenómeno de la Globalización, que, siendo benéfico para el progreso de la humanidad, trae consigo graves implicaciones para el Planeta, para los países de menor desarrollo y para las gentes de menores ingresos. La globalización ha potenciado el desarrollo de la ciencia, la tecnología y la productividad a niveles no imaginados, pero, está aumentando la degradación ambiental y profundizando la brecha entre pobres y ricos, a niveles impensados.
Los economistas que tienen la visión neoliberal solo ven las ventajas de la globalización y defienden a ultranza el denominado “Consenso de Washington” que, partiendo del criterio de que el mercado es el mecanismo planificador por excelencia, proponen, entre otras cosas, la reducción de la intervención del Estado en la Economía, la privatización de las empresas de propiedad pública, la desregulación de las actividades financieras, el libre movimiento de capitales entre las naciones, sin que ocurra lo mismo con las personas; la eliminación de los subsidios a los productores y, todo ello, acompañado de medidas, como reformas tributarias regresivas que desgravan a los ricos y aumentan la tributación a los de menores ingresos, a la vez que implementan un marco jurídico que protege a ultranza al gran capital, sobre todo el de las multinacionales; en tanto que se desmejoran las condiciones laborales de los trabajadores, con el deterioro de los salarios, de las pensiones y de la estabilidad laboral.
El modelo concebido por el Consenso de Washington ha contado con dos gendarmes para imponérselo a los países de menor desarrollo, que son: El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, cuyos expertos obligan a estos países a que efectúen las denominadas “reformas estructurales”, que no son más que las que conducen a la adecuación de sus instituciones, de las leyes y hasta de las propias constituciones políticas a los dictados de estas entidades; con la salvedad de que a los países de mayor desarrollo no los tratan con el mismo rigor.
La otra visión la defienden quienes, además de procurar porque la economía de un país sea productiva, genere crecimiento, aproveche y estimule el uso de la ciencia y la tecnología, entre otras, se tenga en cuenta el componente social, que implica la preocupación por el nivel de empleo, la reducción de la pobreza, la protección del medio ambiente, que necesariamente requerirá de la redistribución del ingreso, con reformas tributarias progresivas y la inevitable intervención del estado en la dirección de la economía, ya que el mercado, en forma espontánea no hará nunca esta tarea.
La concepción neoliberal tomó fuerza ideológica, entre otras razones, porque coincidentemente con la promulgación del “Consenso de Washington”, se produjo la caída del Muro de Berlín y el colapso de la economía Soviética; pero después de la euforia de los primeros años han comenzado a aflorar los problemas del modelo, como las burbujas inmobiliarias, las crisis financieras, las quiebras de las grandes empresas, la monopolización de las actividades estratégicas y la escandalosa ola de corrupción que ha llegado hasta entidades que siempre estuvieron libres de toda sospecha.
Muchos de los pontífices neoliberales han venido replanteando sus teorías, aunque otros todavía persistan en lo errado de sus concepciones; pero, como contrapartida, los defensores de lo que podríamos llamar la economía con sentido social, cada vez tienen mayor audiencia y sus ideas vienen siendo acogidas por los gobiernos y, hasta por los organismos internacionales que hace poco hacían gala del denominado fundamentalismo de mercado.