Los celos: cuestión de inseguridad y baja autoestima
Por: Marta Saenz C La Corte constitucional en reciente sentencia 967 del 2014 a través de una tutela cambia la jurisprudencia frente al tema del divorcio, al considerar los celos como parte del maltrato y acoso psicológico, y legitimarlos como motivo para pedir la separación. En el mencionado fallo de tutela, la Corte ordena a los jueces de familia actualizar sus bases jurídicas para considerar los celos excesivos como violencia intrafamiliar y como motivo para anular un matrimonio cuando uno de los integrantes de la pareja lo solicite. Ante dicho pronunciamiento, la columna de hoy amerita que tratemos el delicado tema de los celos. El amor y los celos están íntimamente relacionados, ya que quien ama permanece en estado de alerta hacia la otra persona. Los celos en pequeñas dosis son saludables, pero cuando se vuelven excesivos pueden resultar enfermizos y llegar a causar mucho dolor; estos son el inicio y el desencadenante de una situación personal y familiar insostenible. La psicología actual explica que los celos son la respuesta natural ante la amenaza de perder una relación interpersonal importante para la persona celosa. Los celos parecen estar presentes en todas las personas, indistintamente de su condición socioeconómica o forma de crianza y manifestarse en personalidades que aparentemente parecían seguras de sí mismas. Los especialistas consideran que los celos surgen en aquellas personas inseguras que no confían en que su pareja sea capaz de quererle y de serle fiel. Cuando una persona tiene la autoestima por los suelos, le resulta difícil llegar a creer que alguien pueda fijarse en ella, por lo que empiezan a dudar y ver traiciones donde realmente no las hay. El problema está en la pérdida de autoestima que ha sufrido esta persona y que le hace verse como poco merecedor de cariño o aprecio. La persona celosa actúa impulsivamente y una vez que se ha dado cuenta del error que ha cometido, se arrepiente y se disculpa. No obstante, el tiempo va pasando y el error se vuelve repetitivo, lo que sin duda llega a deteriorar la relación. Cada vez que el celoso interprete que le están engañando, reaccionará de manera agresiva, ya sea verbal o físicamente, con críticas a su pareja y recriminaciones que solo él será capaz de entender y que los demás verán como un abuso de poder y falta de respeto, con lo que las discusiones se sucederán una y otra vez deteriorando la relación. El problema no reside en el hecho de sentir celos, sino la frecuencia con la que se presentan, si estos son justificados o no, y en la manera en que estos influyen en nuestra conducta. Según la psicóloga Camila Nassar las personas celosas identifican rivales que podrían identificar un riesgo para la perdida de la relación en un número de personas X, que rodean al ser amado y por ende libran batallas para impedir que el hecho temido de perder a su pareja ocurra, muchas veces de manera injustificada. Los celos patológicos deben ser tratados con la ayuda de un profesional en consulta psicológica. La doctora Nancy Martínez, aconseja evaluar si se presentan los siguientes síntomas: sentirse mal porque su pareja realiza actividades sin usted, molestarse con su pareja porque quiere ver una antigua amiga, querer llamar muchas veces al día, revisar las actualizaciones de sus redes sociales y el celular, y oler la ropa de a su pareja. Los celos empiezan a ser enfermizos cuando la persona exagera la respuesta de celos sin ninguna base objetiva y esta situación empieza a afectar la vida diaria.
Respeto a la humanidad; y luego, también a las religiones
A raíz de las recientes declaraciones del Papa Francisco, primero, sobre la condena a los actos terroristas efectuados en Paris en venganza del profeta Mahoma, y, luego, sobre el “respeto a la religión” como uno de los límites de la libertad de expresión, la humanidad no debe perder de vista que tanto los actos terroristas como dichas declaraciones obedecen, en ambos casos, a concepciones y consideraciones religiosas, que si bien son respetables también son parcializadas dentro de sus correspondientes orientaciones teológicas, por lo que, para su verdadero análisis imparcial se requiere de un contexto mucho más general. Para ello, es preciso recordar que desde la revolución Francesa, y con mayor razón desde la modernidad y ahora dentro de la postmodernidad, se ha consolidado en gran parte del mundo una civilización que promueve la convivencia del género humano en todo el planeta, que separa los gobiernos civiles de las organizaciones y actividades religiosas, sin distinción alguna, basada en los indiscutibles valores humanos, como son, en su orden, el respeto al ser humano, a su vida, a su dignidad, libertad, a su conciencia, a su expresión, a su creencia, a su razón, etc. y demás derechos fundamentales. De lo anterior se desprende, entonces, que así como toda creencia y, en general, toda confesión o religión, debe respetar la existencia, dignidad, conciencia y expresión y demás derechos fundamentales del género humano, e, incluso, debe respetar la creencia religiosa ajena, la creencia no religiosa y demás creencias; de la misma manera los Estados y las sociedades contemporáneas, deben respetar las actividades religiosas en todo aquello que no atente civilmente contra el género humano, y, en especial, que no amenacen su existencia, dignidad, vida, conciencia, y expresión. Ahora, si bien es cierto que la sociedad contemporánea, especialmente la occidental, y el pacto internacional de derechos civiles y políticos (arts. 19 y 18), reconocen la libertad religiosa, también lo es que reconocen la libertad de expresión y la libertad de pensamiento y opinión, pero este último reconocimiento se hace sin consideración de fronteras universales, salvo los límites expresos que la “ley civil (y no a las reglamentaciones o convicciones religiosas) establezca por razón de la protección de derechos y reputación ajenos o por motivos de seguridad, orden público, salud y moralidad pública”. Por lo tanto, la sociedad civil y, dentro de ella, la sociedad científica y la no científica (profana), así como los medios de comunicación social, gozan de la libertad de expresión no solo para comunicar los aspectos religiosos y los no religiosos, sino también para comentar, defender, criticar y hasta demostrar la verdad o falsedad de sus afirmaciones (v.gr. como ocurriera, en su momento, con la demostración de la falsedad de la afirmación religiosa de que la tierra era centro del universo), para que la sociedad civil en general se informe de ella y, si fuere el caso, esta no las tenga en cuenta, sea indiferente, o, por el contrario, las comparta o no, y, en su caso, solicite las rectificaciones o aclaraciones pertinentes. Más aún, dentro de estas libertades, también quedan comprendidas las libertades de crítica, negación u oposición permanente (como sucede con la revista Charlie Hebdo), a ideas o consideraciones religiosas, mientras la ley civil o estatal no establezca restricciones expresas por alguno de los motivos antes mencionados. Y precisamente las leyes estatales o civiles no han consagrado restricción, ni mucho menos prohibición expresa de las publicaciones satíricas, como la de la citada revista, porque si bien son expresiones que censuran o ridiculizan a cosas y personas en diversos campos (v.gr. de la política, la religión, la sociedad, etc.), no se hacen con el propósito o intención de irrespeto y de causar daño a ellas, si no que tales publicaciones, al paso que reconocen la importancia del tema tratado (que explica su consideración), también persiguen dar a conocer respetuosa y humorísticamente una idea o pensamiento distinto al tratado, que, al igual que la idea (v.gr. política, religiosa, etc.) criticada, debe ser respetada. De allí que, a pesar de que la sátira pueda crear afectaciones en los sentimientos (v.gr. políticos, religiosos, intelectuales, etc.) de la persona o entidad objeto de crítica, la sociedad civil contemporánea reclama a través de los medios de comunicación social), la tolerancia y convivencia de la diversidad de expresiones, aún cuando sean opuestas o excluyentes. Por esta razón, solo resultan inadmisibles las publicaciones, que, de acuerdo con las disposiciones expresas de la ley civil o estatal, incurren en la comisión de los delitos de injuria, calumnia u otros tipos de agravios.
Las Farc y los cambios estructurales
Por: Horacio Serpa Definitivamente las Farc renunciarán a la lucha armada y se incorporarán a la vida democrática de los colombianos. Lo acaban de anunciar en La Habana. Es de celebrarlo. Durante 50 años se mantuvieron en rebeldía tratando de tomarse el poder para producir en el país un cambio revolucionario, sin lograrlo. Lo intentaron, tuvieron momentos de triunfos y de esperanza, en varias ocasiones dialogaron con distintos gobiernos buscando acuerdos políticos que permitieran espacios de convivencia que nunca llegaron. Ahora, después de dos años de encuentros, vivimos el momento esperado por todos los colombianos. No podemos pensar que en pocas semanas se materializará el grande y definitivo acuerdo. Pero vamos por la senda correcta, sin marcha atrás. Faltan difíciles decisiones, de lado y lado: convenir los puntos básicos de la desmovilización, lo relativo a las armas y la forma de incorporarse sin fierros en las manos a una sociedad que los espera expectante, nerviosa, entre alegra e incrédula, convencida de que sin guerrilla comenzará una nueva vida para todos. El gobierno ha puesto mucho para alcanzar este momento, a partir de aquel en el cual el Presidente Santos se desmarcó del concepto de “la amenaza terrorista” para reconocer que existe “un conflicto armado”. Fue un momento de quiebre que generó graves confrontaciones políticas que se mantienen, pero abrió el camino al proceso de paz que debe terminar este año. Debemos reconocer que las Fuerzas Militares y de Policía pusieron una alta cuota de sacrificio y que su lucha impidió el triunfo subversivo. Aun cuando no estamos en un caso de rendición, los acuerdos de Cuba serán motivo de alegría y victoria en la Fuerza Pública. Dijeron las Farc que se convertirán en Partido Político. Importante determinación, máxime que también expresaron el propósito de “impulsar las grandes reformas”. Muchas veces he dicho que sin reformas estructurales, es decir, a fondo, que cambien el modelo de sociedad existente, no llegaremos a la paz deseada, que, como tanto se pregona, debe ser “estable y duradera”. A eso debemos dedicarnos. ¿Incluso con las Farc convertida en Partido Político? Desde luego, pues la tarea será de las voluntades democráticas que deseen un país incluyente, ético, justo, desarrollado, en el que todos quepamos, con oportunidades para la igualdad, la emulación política con garantías, la libre empresa, la prosperidad general y una justicia recta, imparcial y oportuna. ¿Será verdad tanta belleza? Claro, si nos lo proponemos, solidarios, sin egoísmos, con reglas claras, autoridades transparentes, ciudadanos que sepan cuáles son sus deberes y los cumplan. Si acabamos la guerra que sea para siempre. Hace 200 años luchábamos para independizarnos y lo logramos. Nos quedó la manía de pelear, hasta hoy. Por eso somos pobres, nos han explotado y no valemos lo que merecemos. Adelante con el proceso de paz. “Atrás, ni para coger impulso”.
La necesidad de un gran acuerdo
Horacio Serpa Somos muchos los que hablamos de paz, los que queremos que ojalá pronto gobierno y farc logren el convenio por el cual la guerrilla renuncie a la lucha armada y sus integrantes se vinculen a la vida institucional y civil de los colombianos. También deseamos que las fuerzas del eln y el gobierno comiencen a deliberar en un ambiente que igualmente genere la terminación del conflicto armado y propicie entendimientos y convivencia. Colombia lo aclamará. Pero ahí no puede parar el esfuerzo por la paz. Siendo tan importante, nada menos que parar la guerra, la verdadera paz tiene que lograrse y consolidarse inmediatamente después. Desde luego que deben cumplirse la incorporación y los procesos de verdad, justicia, reparación y no repetición. Pero la paz auténtica, la convivencia, surgirán de las reformas. Si no hay reformas no se consolidará una paz “estable y duradera”. Hay que apuntarle al objetivo de las reformas estructurales en materia rural, en educación y salud, en construir un sistema democrático incluyente y en lograr necesarios cambios en materia económica. Se impone la revisión a fondo del modelo económico de desarrollo, so pena de que sigamos lo mismo. Como la frase de Lampedusa tan frecuentemente mencionada: “Cambiar para que todo siga igual”. No valdría la pena tanto esfuerzo. Si todo continúa como ahora, con una democracia amañada y recortada, con un sistema educativo excluyente que genera desequilibrios sociales, con un modelo de salud elitista, discriminador y corrompido y un manejo económico que concentra la riqueza y no distribuye equitativamente el ingreso, seguiremos siendo uno de los países más desiguales e injustos del mundo y bien pronto sufriremos más conflictos de los que pretendemos acabar. No veo mucha voluntad de cambio en los estamentos políticos y empresariales. El establecimiento se contentará con que se acaben los tiros y las cosas sigan “tan chéveres” como ahora: elecciones permanentes por un lado y enormes ganancias económicas por el otro. ¡No puede ser! Si se acaba la guerra es para construir una nación amable, pacífica, en convivencia, igualitaria, equitativa, productiva, en la que todos quepamos, en la que haya competencia económica, negocios y ganancias, pero en la que cada familia tenga ingreso adecuado y un mínimo de bienestar decoroso. A este propósito esencial le falta apoyo real, fuerte, capaz de convencer a los escépticos, de mover a los desatentos y de aislar a los contrarios, para que se impongan las transformaciones esenciales y todos podamos vivir en paz. Es posible lograrlo en el capitalismo, con un compromiso social real. Debe establecerse con voluntad y decidida participación cívica, política y popular. Los auténticos reformadores, los que creemos en la necesidad de los cambios, los que estimen que con la terminación de la guerrilla llega la más clara oportunidad de construir una Colombia equitativa y libre, debemos congregarnos y luchar juntos por encima de partidos, religiones, gremios, elecciones, regionalismos, etnias y género. ¡Intentémoslo!