Por: Marta Sáenz Correa
Soy asidua lectora de Walter Riso, reconocido psicólogo clínico que escribe contenidos técnicos y trasmite a sus lectores mensajes en un lenguaje fácil, agradable, y práctico. En su libro: «Cuestión de dignidad», trata de abordar la falta de asertividad y cómo afrontarla, y el tema de los derechos personales, que usualmente pasan inadvertidos por mucha gente, ya sea por un mal aprendizaje, desconocimiento u olvido. Intentare resaltar los aspectos más relevantes del libro que nos permita aprender a ser menos sumisos y agresivos, y mas asertivos.
Una persona es asertiva cuando es capaz de ejercer y/o defender sus derechos personales, como por ejemplo, decir no, expresar desacuerdos, dar una opinión contraria y/o expresar sentimientos negativos sin dejarse manipular, como hace el sumiso, y sin manipular ni violar los derechos de los demás, como hace el agresivo. Entre el extremo nocivo de los que piensan que el fin justifica los medios, y los incapaces de manifestar sus sentimientos y pensamientos, está la opción de la asertividad, que integra constructivamente la tenacidad de quienes pretenden alcanzar sus metas con la disposición a respetar y auto respetarse.
Las personas no asertivas piensan, sienten, y actúan de una manera particularmente débil a la hora de ejercer o defender sus derechos, y tienen pensamientos como: los derechos de los demás son más importantes que los míos; no debo herir los sentimientos de los demás ni ofenderlos, así yo tenga la razón y me perjudique; si expreso mis opiniones seré criticado o rechazado, no sé qué decir ni como decirlo; y no soy hábil para expresar mis emociones. Los individuos sumisos suelen mostrar miedo, ansiedad, rabia contenida, culpa real o anticipada, sentimientos de minusvalía y depresión. Ser sumiso se aprende de forma paulatina, sin darse cuenta, no es cuestión biológica ni hereditaria, es un comportamiento aprendido y por tanto modificable.
Cada vez que agachamos la cabeza o accedemos a peticiones irracionales, le damos un duro golpe a nuestra autoestima: nos flagelamos. Y aunque salgamos bien librados por el momento, logramos disminuir la adrenalina y la incomodidad que genera la ansiedad, nos queda el sinsabor de la derrota, la vergüenza de haber traspasado la barrera del pundonor, la auto culpa de ser un traidor de las propias causas. Ni siquiera los reproches posteriores, y las promesas de que nunca volverá ocurrir, nos liberan de esa punzante sensación de fracaso.
La asertividad fortalece el amor propio y la dignidad. Para exigir respeto debo empezar por respetarme a mí mismo y reconocer aquello que me hace particularmente valioso, es decir debo quererme y sentirme digno de amor. La dignidad personal es el reconocimiento de que somos merecedores de lo mejor, lo cual nos permite tener una mejor defensa psicológica y nos hace más seguros. El esquema nuclear de toda persona asertiva es de fortaleza, de seguridad, y es opuesto a la mente del dependiente, que todo el tiempo cree que es débil y que deben protegerlo para sobrevivir.
La asertividad facilita la libertad emocional y el autoconocimiento, nos ayuda a experimentar e integrar las emociones a nuestra vida. Cuando expreso lo que siento y pienso, libero la mente y sano mi cuerpo. Además, nos ayuda a resolver problemas, mejorar la comunicación, y construir relaciones más funcionales, más directas y autenticas. ¿Quien no se ha mirado alguna vez al espejo tratando de perdonarse la sumisión o no haber dicho lo que en verdad pensaba?