La crisis y la oportunidad
Por: Carlos Rojas Cocoma Como nunca antes, se percibe en Colombia los coletazos del efecto Dominó de la economía que se originan en una parte del mundo y sacuden el resto en una perfecta oscilación. La caída de la bolsa de China alcanza a sacudir la Bolsa de Bogotá; La nueva extracción petrolera afecta el costo del barril y esto repercute en el precio más bajo de la acción de Ecopetrol; el alza del precio del dólar empuja a los comerciantes de alimentos a mirar a Ipiales para sacarlos a Ecuador antes que comerciar dentro del país. Ahora Colombia es más sensible a los terremotos económicos que en otros tiempos pasaban inadvertidos. El país sobrevivió la crisis inmobiliaria española, la crisis del 2008 de Wall Street, e incluso ha sobrepasado transformaciones vecinas como la profunda devaluación de la moneda venezolana, sobreviviendo en una balsa de náufrago y manteniendo sus números estables. Ya no es así. La economía nacional está ahora entrelazada con fenómenos globales que la definen, y en parte los sacudones que la desbaratan son una muestra de debilidad y de falta de preparación ante la incursión del comercio global. Esto, por supuesto, va más allá de los TLC recientes, aunque sin duda es parte del problema. En el aluvión de noticias inciertas de la economía, aparecen y desaparecen expertos que vaticinan cambios que no se dan, que a los pocos meses quedan tan mal parqueados que pierden su credibilidad. La verdad es que no hay grandes reformas ni en el corto ni en el largo plazo de la economía. Lo que se evidencia antes que una revolución son sus poderosas constantes. Más allá de los ideales ecológicos, de las marchas de “indignados”, o de las protestas políticas, La economía global lo que procura es un aumento de capital y un crecimiento del PIB sin importar que haya que pasar por encima de nada. Quizás el actor que ha dado fe de un capitalismo sin conciencia es el Fracking. Gracias a esta técnica que rompe a nivel molecular el subsuelo para extraer el petróleo, actualmente el Estado de Texas en Estados Unidos produce más petróleo que Irán, una estadística que asombra a más de uno. Poco le importa al gobierno estadounidense que se desgaste y contamine el agua de los subsuelos, o que en el 2014 se hayan presentado cerca de 30 terremotos en el 2014 ligados directamente a esta práctica. Lo que importa es que el Estado controle el precio del petróleo, y se mantenga en la hegemonía económica. Ahora incluso contemplan la posibilidad de que se exporte este recurso, ya que mantendrá constante su producción por los siguientes 6 años o más, según lo que pueda resistir esta modalidad de extracción. Adueñarse de esta economía es lo que permite que las rencillas – hasta hace un año importantes- con Rusia o con Venezuela, sean en este momento el recuerdo de un pleito insignificante. La pregunta que nos debemos hacer es cómo lograr actuar de forma positiva con este nuevo factor en juego. Cuando se vivió en Argentina la crisis que dio lugar al corralito en el año 2001, uno de los fenómenos que permitió resistir la caída económica fue el fortalecimiento de la industria nacional. Ante una importación costosa, consumir productos nacionales era la única posibilidad de conservar con dignidad una clase media que siempre fue el orgullo – intelectual, cultural, social – de América Latina. El Alfajor, el vino y las carnes aparte de devolver a la Argentina una defensa de sus símbolos culturales, permitió que con trabajo se sobrepasaran los embistes que dejó una apertura neoliberal corrupta y despiadada. Hoy en Colombia, la crisis petrolera y del cambio de dólar le está dando a Colombia dos golpes que pueden tener un impacto positivo: primero, nos despierta del letargo de una economía que dependía del petróleo sin ser un país petrolero, y segundo, está obligando a consumir los productos nacionales para contrarrestar la necesidad de importación a un alto costo. Es el momento para que la industria nacional empuje y fortalezca todos los sectores que los TLC mal negociados y la falta de liderazgo en la infraestructura descuidó, y que se levante con toda la fuerza como una oportunidad. ¿Seremos capaces de asumir con inteligencia esta crisis?
Las mujeres en la política
Por: Marta Sáenz Correa En 1954 se reforma nuestra Constitución para permitir el voto femenino, lo cual se concreta en 1957 durante la dictadura del General Rojas Pinilla. En 1991, con la aprobación de la nueva Constitución, se reitera la igualdad de derechos para las mujeres. Nueve años después, el Congreso de la República aprueba la Ley 581 del 2000, llamada Ley de Cuotas, que exige un mínimo de participación de la mujer en los cargos públicos. En el 2011, con la Ley 1475 se establece que toda elección local en la que se disputen cinco o más curules, debe estar compuesta por un mínimo del 30% de alguno de los géneros, es decir, se amplía la cuota de género. Recientemente con la aprobación del Acto Legislativo de equilibrio de poderes, en la que se plantean los conceptos de paridad, alternancia y universalidad, se trata de reconocer por primera vez que las mujeres somos una voz trascendental para la democracia. Hoy el 51% de población en el país es de género femenino, sin embargo, apenas ocupamos el 20% de las curules del congreso con 23 Senadoras y 33 Representantes, y se encuentran ejerciendo 108 Alcaldesas de 1.123 que fueron elegidos, equivalentes al 9,62%, de las cuales solo cuatro llegaron a ser elegidas de ciudades capitales (Barranquilla, Florencia, Quibdó y Armenia) y solo tres Gobernadoras de 32 elegidos, equivalentes al 9,38% (Huila, Quindío y San Andrés). En la Corte Suprema ejercen 5 mujeres de 21 integrantes y en el Consejo de Estado, 8 de 27. En la corte constitucional 2 de 9, y a eso se le suma que esta entidad solo ha tenido tres mujeres magistradas en su historia, es decir, menos de 10% desde 1991. Para las elecciones de octubre, están inscritas 649 mujeres para las alcaldías, 1.261 para la Asamblea, 33.242 para los Concejos Municipales, 25 para Gobernaciones y 6.328 para Juntas Administradoras Locales, para un total de 41.505 de 113.426 candidatos, equivalentes al 36% de los inscritos. Una invitación especial a los ciudadanos a dar un voto de confianza a estas valerosas aspirantes que se han atrevido a postular su nombre, contribuyendo al fortalecimiento de nuestra democracia. En conclusión, aun cuando se ha presentado un avance normativo, en lo corrido del siglo la participación de la mujer en los cuerpos colegiados y en los cargos de elección popular sigue siendo muy baja; obstáculos como el machismo, la violencia, la discriminación no ha sido superados, persiste la inequidad de género, especialmente en la rama judicial, y la poca incidencia de la mujer en las decisiones significativas de la sociedad.
El de la seguridad es Pardo
Por: Horacio Serpa Bogotá es la capital de todos los colombianos. Regularmente somos de provincia, de una región en el Caribe o en el Pacífico, del Rio Magdalena, de los Llanos Orientales o del Sur-occidente colombiano, pero todas y todos tenemos “una patica” en la gran Ciudad. Allí vivimos hace tiempos los provincianos o llegamos con frecuencia a la helada altiplanicie. Muchos nacieron en Bogotá porque padres y abuelos viven allí pero siguen siendo costeños, santandereanos, antioqueños, llaneros o pastusos. Los “rolos” son Bogotanos de pura cepa, cachacos de punta a punta, y aman intensamente a su cosmopolita metrópoli. Los que no conocen a Bogotá anhelan hacerlo muy pronto. Visitarla es como recibir la impronta de ser auténticamente colombiano. No es que todas y todos la amen entrañablemente. A muchos no les gusta el frio, ni su endiablado transporte, ni la inseguridad, ni el centralismo, que no es de la ciudad sino del poderoso gobierno nacional que vive 2600 metros más cerca de las estrellas y bastante alejado de la provincia que mira por encima del hombro. Pero es Bogotá y eso es mucho decir. Hoy varias corrientes políticas disputan el gobierno del Distrito Capital. La derecha con Francisco Santos del Centro Democrático y Enrique Peñaloza sin filiación de nada. La izquierda del Polo Democrático con Clara López. Y el Partido Liberal con la U. y el Mira apoyan el centro social de Rafael Pardo. Bogotá es la joya más valiosa de la corona. Han ocurrido muchos desajustes y toca poner en orden a la Casa Grande. Lo que más inquieta a los bogotanos es la falta de seguridad, la violencia, el pandillismo, el micro-tráfico de alucinógenos, el matoneo, los atracos, la falta de respeto con la mujeres, los asaltos a apartamentos, los paseo millonarios, la violencia intrafamiliar, la intolerancia y el homicidio. Bogotá necesita a un Alcalde que asuma la responsabilidad de convertir a la Capital en una ciudad amable, apacible, tranquila, respetuosa y vivible. Rafael Pardo es esa persona. Bogotano de nacimiento, serio, responsable, transparente, administrador, competente y con experiencia en este vital aspecto. Consejero de Paz tan importante ahora que viene el posconflicto; Consejero Presidencial de seguridad; Ministro de Defensa. Tiene un Plan extraordinario que combina la presencia de la Fuerza Pública con la cultura ciudadana y la educación, la Justicia con la participación de una importante presencia cívica que haga inspección, vigilancia y control. Ese es el Alcalde para los bogotanos. Peñaloza olió el tocino de la seguridad y se le pegó a Pardo. En su anterior Alcaldía le dio la espalda a lo construido por Mokus en materia de cultura ciudadana porque cree en su intimidad que solo se necesitan más Policías. Error de errores. Son indispensables, ¿pero el resto? Es lo que sabe Pardo y Peñaloza ignora. Peñaloza es un perdedor que solo recuerda los bolardos y el Transmilenio. Buenas obras para ayer. El de hoy, el de la seguridad, el del metro, se llama Pardo.