Si bien es cierto que las concentraciones de poder se manifiestan como formas facilitadoras de cualquier orientación, gestión u operación, también lo es que, desde hace algunos siglos, se ha podido comprobar que son nefastas, porque, además de excluir otras posibilidades, tienden a abusarse de ellas y a distorsionarse de su verdadera finalidad. Ello explica que, en la actualidad, se haya abandonado dicha tendencia e incluso, dicha idea.
En efecto, ya no son de recibo en la actualidad los monopolios y concentraciones económicas, porque el dominio de una o varias empresas en el mercado, distorsionan su funcionamiento (por falta de competencia) y las libertades que en el debe intervenir.
Así mismo, tampoco son bienvenidas las discriminaciones y mucho menos las dominaciones o concentraciones de poderes, raciales, clasistas, de género, privilegios e intocabilidades, etc. así como las dominaciones internas (de desconocimientos) y externa (de exclusiones) y privilegios de carácter familiar, religioso y cultural, ya que, independientemente de su existencia, lo que suele imponerse es el reconocimiento y coexistencia de dicha diversidad en convivencia y sin el predominio tradicional interno y externo, mediante las libertades (individuales y públicas), las limitaciones (por la relatividad de los poderes) y las tolerancias diversas.
Y con mayor razón, tampoco son aceptables “las concentraciones de poder político”, tanto las de derecha que se hicieron en Suramérica con los regímenes militares, como las de izquierda que comienzan a desmontarse en la Argentina y Venezuela. Porque todos estos regímenes, unos y otros, tienden a su mayor concentración poder (convirtiéndose en autocrática) e imposición (convirtiéndose en una dictadura) sin controles de ninguna especie (políticos, judiciales, disciplinarios, mediáticos, sociales, éticos, etc.) y funcionan al margen de la sociedad y, desde luego, de las verdaderas participaciones y del reconocimiento efectivo de las libertades públicas (especialmente, la de expresión, la de protesta, la de oposición, etc.). Por lo que, dichas concentraciones políticas terminan sustituyendo al poder político y bienestar que radica en la misma sociedad, que solo puede conservarse con una democracia fundamental.
De allí que en la actualidad el reconocimiento de los poderes sean desconcentrados y, en caso de concentraciones, estas no sean absolutas sino relativas, debido a su separación, limitación y controles funcionales efectivos. Además, el ejercicio controlado del poder tiende a ser adecuado, equilibrado, comunicativo, respetuoso y, ante todo, planificado de tal manera que sea preventiva, superativa, correctivo, dinámico, positivo, correcto, necesario y útil para el progreso.