Por: Raúl Cifuentes López
Una paz firmada bajo una falsa sinceridad.
¿Dónde y cuántos secuestrados hay aún? ¿Por qué no se habla de ellos en los procesos de paz de La Habana?
La conquista de la paz requiere de un proceso de cambio cultural: no burocrático. La idea de una amnistía entre los lideres políticos no subsanará el daño realizado a las personas que vivieron la guerra con sus propios ojos y oídos. ¿Cómo decirle a la memoria de aquellas personas, que realice una auto-amnistía con sus propios recuerdos; que perdone, indulte, absuelva u olvide su propio y único dolor? ¿Cómo educar hijos en la ausencia de un ser que no debía haber muerto? ¿Y cómo lograr que esos hijos al crecer se relacionen sin rencor? ¿Se puede acaso pedir a alguien que olvide el rojo de la sangre que brota de un cuerpo inmóvil? ¿las voces afónicas de tanto gritar suplicas de compasión?
Se le pide a la gente que olvide. Que mire a su verdugo a los ojos sin recordar la banda que llevaba en el brazo y la motosierra en sus manos. Que borre las invisibles marcas en la piel de las cadenas del secuestro o el humo y aturdimiento de los atentados.
Hay un inocente diciendo la verdad: “no soy parte ni de la guerrilla, ni de los paras, ni de los narcos, ni del ejercito, soy un campesino”. Pienso en los últimos segundos de vida de ese inocente. La desolación e impotencia de tener como única arma esa verdad, y de que esta no valga nada. Como tampoco vale nada, segundos después, la vida con la cual pagó una guerra que no eligió. Pienso en ese vacío: el ser inocente y suplicar con la verdad en la boca, y en la desazón de sentir que la propia verdad no sea suficiente para evitar la muerte.
Hay un Estado que quiere la paz pero no habla ni asume su responsabilidad en la guerra: los más de 2.000 asesinatos selectivos atribuidos a miembros de la Fuerza Pública, las masacres perpetradas en conjunto entre el Estado y los paramilitares, los más de 3.000 falsos positivos, los políticos corruptos responsables de muertes, violaciones, masacres, negocios ilícitos y encubrimientos.
La amnistía pretende dar el siguiente mensaje al mundo: “Nosotros, el Estado Colombiano, le damos la posibilidad a los insurgentes de reintegrarse a la sociedad”. Y el mensaje es válido, pero incompleto. ¿ Son acaso ellos los únicos responsables de la guerra y quienes deben ser perdonados? Necesitamos ser sinceros: si realmente se piensa hacer la amnistía y empezar de nuevo, no podremos hacerlo sin conocer la verdad de lo que pasó. Garantizar la búsqueda de verdad y de responsabilidades conjuntas es lo mínimo que el proceso de paz debería hacer por los colombianos. Somos el país del mundo con mayores tratados de amnistías y sin embargo ninguno de nosotros ha nacido en la paz. Sin verdad, quedaremos condenados a reabrir las heridas y repetir la historia una y otra vez. Y si la decisión del Estado es la de no judicializar a los responsables, creo que por lo menos tenemos el derecho a saber la verdad de los hechos, que se liberen los archivos, que se de a conocer el lugar de los cuerpos, quiénes fueron los responsables y participantes directos e indirectos. Que el pueblo tenga derecho a saber quienes fueron los altos lideres de todo este conflicto, ya que probablemente seguirán circulando por la esfera política una vez firmados los perdones pertinentes.
Si nos vamos a perdonar digámonos la verdad. Hacer borrón y cuenta nueva sin la verdad es comenzar literalmente un “nuevo” país “mal-parido”. Porque es forjar las bases de un nuevo comienzo con la falsedad, la hipocresía y la mojigatería que mal que mal nos ha distinguido siempre. Es justamente señalar con el dedo al otro asumiendo y poniendo la cara de santurrones. Al Estado le corresponde asumir su responsabilidad, y él mismo debería “reintegrarse” al país al que le viene dando la espalda.
El título político-social que obtuvieron del pueblo funcionarios, políticos y en su defecto las Fuerzas Armadas no es un cheque en blanco: no los absuelve de su participación y responsabilidad en los errores y crímenes realizados. Son, de hecho, doblemente responsables ya que supuestamente están encargados de cumplir y velar por las normas constitucionales, y a sabiendas de ellas asumen conscientemente quebrarlas. Es hora de empezar a pensar en los realmente afectados y no en la firma como símbolo de una paz inexistente.
No pretendo enviar un mensaje pesimista sino un pedido realista. No demerito el gran avance que implican los diálogos de paz; y aunque tal afirmación la hago con colombiana incredulidad, asumo creer que es real lo que están proponiendo en La Habana. Inclusive sin saber lo que realmente pasa y los intereses que deben moverse bajo las mesas de sus reuniones. Pero es hora de curar y de prestar atención a los verdaderos afectados, de poner el foco en la transformación de las victimas, para construir desde el cambio y la verdad, y no destruir desde el olvido y la desinformación. Recuerden que el 81% de las muertes causadas por la guerra fueron de civiles, eso quiere decir que por cada un combatiente muerto, murieron cuatro inocentes. Primero hagamos la paz con las victimas y después si quieren se dan la mano y se toman la foto, señores dirigentes.