A raíz de los acuerdos de cese bilateral al fuego que se han ido consiguiendo entre el Gobierno de Colombia y la guerrilla de la FARC, y la esperanza de que se logre en el futuro el acuerdo definitivo sobre la paz, se hace necesario precisar que la paz del postconflicto no es solo justicia, verdad, reparación y no repetición, porque estas solo son condiciones para la paz. Tampoco aquella etapa posterior al cese del conflicto, es la paz misma. Pues la paz es otra cosa y requiere otras herramientas.
Porque si ciertamente la paz no es la ausencia de guerra, sino aquel estado de tranquilidad confiable que armoniza un conjunto de personas y cosas que permite coexistir, convivir y actuar serenamente dentro de una sociedad muy diversa, ella no necesita armas, esto es, instrumentos para hacer daño, guerras, conflictos o amenazas, sino que necesita herramientas, es decir, instrumentos de trabajo para construir la mencionada tranquilidad, que bien pueden ser las mismas armas como herramientas de paz o bien pueden otros instrumentos materiales e inmateriales, como los controles y las ideas que contribuyan a su construcción.
Pues la diversidad y complejidad de la humanidad contemporánea, y especialmente el afán de imposición o dominio de intereses de unos sobre otros, suelen generar asperezas, dificultades, amenazas, violencias, terrores, daños o conflictos, que hacen indispensable instrumentos tanto materiales como inmateriales, que operen como herramientas para lograr dicho estado de sosiego personal y natural.
De allí que los instrumentos físicos sean indispensables no solo para la defensa sino también para el combate de los fenómenos y acciones sociales y naturales que lo requieran. Y dentro de ellos no solo se destacan las actividades de vigilancia, los sistemas, los controles, etc. sino también las mismas armas como herramientas de paz, particularmente no solo frente a las agresiones internacionales y nacionales que se presenten, sino también para combatir la criminalidad, el narcotráfico, la trata de blancas, las neo subversiones, las restantes guerrillas, que persisten en sus actividades militares, la corrupción, etc.; así como también son indispensables para disuadir e impedir acciones bélicas, delincuenciales, infractoras, etc. Quizás esta necesidad no sea tan intensa como lo ha sido el desarrollo del conflicto armado.
Sin embargo, las “herramientas inmateriales”, esto es, aquellas que crea la mente y las acciones mismas resultan ser las más importantes para la paz, ya que son aquellas útiles para combatir o desarmar los espíritus o los daños a la paz con las ideas antipaz, como aquellas que promueve el Centro Democrático sobre la imposibilidad de que ciertos miembros de la guerrilla puedan ser elegidos políticamente, cuando es bien sabido que la finalidad de toda concertación de un proceso de paz, es la de lograr sustituir la lucha con armas por la lucha política sin ellas, es decir, mediante la participación en los debates políticos. De allí que esta participación sea, por el contrario, benéfica para generar y potencializar las condiciones idóneas para la de la paz, y para justificar la dejación de las armas. Sin embargo, como se trata de una concesión desagradable en pro de la paz, se estima razonable que sea el pueblo que lo decida en el plebiscito o consulta, tal como fuera la promesa presidencial.
Con todo, como estas herramientas, a diferencia de las armas, están en cabeza de todos y cada uno de los miembros de la sociedad, tanto los civiles del establecimiento, como la de los exguerrilleros, es comprensible que corresponda a unos y a otros iniciar y fomentar el desarrollo y aplicación en la sociedad del proceso sostenido de la paz. Por ello, en la etapa del postconflicto resulta recomendable:
Inicialmente, como primer paso, es necesario que tales sectores sociales adopten una actitud nacionalista o colombiana, de no ignorarse mutuamente, sino admitir que son colombianos. Ni de desconocerse mutuamente, sino reconocerse como parte de la población colombiana.
Seguidamente, como segundo paso, resulta indispensable hacer el esfuerzo de construir la reconciliación, mediante acciones de mutua confianza y de mutua aceptación pacífica en los escenarios que gradualmente lo requieran, lo cual, a diferencia del primer paso, no es fácil conseguirlo. Porque no se trata de la expresión de una mera intención o deseo, sino que se trata de un comportamiento social de convivencia, que solo ha de ser el resultado de un proceso, que implica: No continuar viéndose como enemigos, sino como grupos con distinta posiciones ideológicas y políticas. No excluirse mutuamente del país, sino el de compartir con respeto ciertos escenarios (v.gr. políticas, etc.)de interés nacional con diferentes intereses y perspectivas en agrupaciones y organizaciones diferentes, si fuere el caso. No eliminarse (la vida) mutuamente, sino el de coexistir con respeto a la vida, a las ideas, al patrimonio y a la diferencia con los demás. No agredirse o amenazarse física, verbal o conductualmente, contra la integridad personal o patrimonial ajena, sino, por el contrario, el de comunicarse y construir relaciones de confianza, seguridad, apoyo y progreso dentro de la diferencia. No desconocerse mutuamente en lo básico, sino, por el contrario, admitirse como respetuoso del Estado colombiano, la nacionalidad, la democracia, las libertades, los derechos humanos y el progreso ético de todos.
Y finalmente, como tercer paso, resulta indispensable que la población colombiana perciba un beneficio de tranquilidad social derivada no solo del sosiego de las actividades políticas, sino también de la defensa que hace un Estado incluyente, con función de progreso social y con medidas efectivas contra la corrupción, la criminalidad, la mentira y la manipulación de las necesidades y aspiraciones sociales.