Si bien es cierto que los acuerdos sobre el fin del conflicto entre el Gobierno y las FARC que se someterán a la refrendación plebiscitaria constituyen el punto de partida y un conjunto de ideales para la futura paz en Colombia, lo cierto es que se hace necesario prepararse para construirla.
Porque la tradicional y actual existencia de las distintas tensiones sociales y la dinámica de las mismas que aquejan a las Naciones, como ocurre en Colombia, causadas por la criminalidad organizada (como el narcotráfico, la trata de blancas y las mafias), las guerras (v.gr. causadas por la guerrilla y los fondos criminales), el terrorismo, las luchas (sociales y religiosas) y perturbaciones (como las políticas, las económicas y las sociales), de la vida poblacional (v.gr.la pobreza, el desempleo, etc.) hacen imperativo el adelantamiento de la construcción de una paz eficaz, honesta y duradera.
De allí que dentro del permanente proceso de paz en que ha vivido la humanidad, ésta haya asumido y adoptado en la época contemporánea la decisión de controlar la fuerza militar disponible para la seguridad que la requiera, y la de promover, en lo posible, una solución concertada o política, que es la que mayor y excelente beneficio le reporta a la “paz mundial”.
Para tal efecto, dicha construcción deberá éticamente edificarse y descansar en los aspectos fundamentales de toda la humanidad, como son su dignidad, sus libertades y los valores universales que contribuyan a la convivencia ordenada y en progreso, principalmente en torno a las protecciones estatales y privadas, y los desarrollos humanos, económicos, de bienestar y de medio-ambiente.
Por ello, la realización del sueño de la paz que tienen las poblaciones del universo tiene que comenzar con el compromiso de los Estados y de las sociedades representadas en sus principales actores (como son los dirigentes, los académicos, los empresarios, los profesionales, los trabajadores y los usuarios en general), con la reducción, minimización o eliminación de las manipulaciones, las tensiones y las desigualdades de toda índole.
De allí que el compromiso de construcción de paz deba encerrar la sincera y efectiva dirección y ejecución del conjunto de acciones de equilibrio y armonía de los diversos sectores de la sociedad, pero dentro del progreso integral que debe recibir la humanidad, siempre que, desde luego, vaya acompañada de la conciencia y la sensibilidad social requerida, así como de la cultura de paz y de progreso, que asegure el mejoramiento de su convivencia actual y futura.
Dicho compromiso también lo tuvo Javier Porto Lagonterie, amigo y colaborador de esta página con su mesa de Fritos de Cartagena, quien ha partido de este mundo y a quien, en su memoria, dedicamos este editorial.