*Marta Sáenz Correa
El amor cristiano es concreto y generoso, ha expresado en varios escenarios el Papa Francisco, quien ha explicado que es un amor que está presente en obras más que en las palabras, y en el dar más que en el recibir. El que da, da cosas, da vida, da tiempo, se da a así mismo, a dios y a los demás. Quien no ama, es egoísta, trata siempre de recibir, y tener cosas.
La anterior reflexión me despertó la inquietud de indagar y escribir esta columna sobre la generosidad, definida como el hábito de dar y entender a los demás, que hace referencia a quienes ayudan y dan lo que tienen sin esperar nada a cambio. La generosidad puede ser también de tiempo, dinero, trabajo, atención y no debe estar sujeta o limitada a épocas de escases o gran necesidad como en los desastres naturales, o por interés como en los momentos actuales, procesos pre electorales. La generosidad se asocia naturalmente al altruismo, la solidaridad, y la filantropía, conceptos opuestos a la avaricia, la tacañería, y el egoísmo.
John C Maxwell, afirmó: Dar es el nivel más alto de vivir, tu vela no pierde nada cuando alumbra otros. La única manera de mantener una actitud generosa, es hacer suyo el hábito de dar, lo cual destruye el dominio de la avaricia, y abre tu corazón a la generosidad. Es cierto que el hábito no hace el monje, pero la generosidad si hace feliz al hombre.
En la actualidad hay tres clases de personas: las que tienen, las que no tienen, y las que no han pagado lo que tienen. Hoy más que nunca, más personas se están haciendo esclavos del deseo de adquirir. Si quieres tener el control sobre tu corazón, no permitas que las posesiones te manejen; el deseo desmedido de obtener lo que no se puede tener ha hecho que muchas personas estén en deuda y por ello no son generosas.
La generosidad es un valor que se debe cultivar desde la niñez, en el seno del hogar, en el colegio, y en la vida social de nuestros niños. Por ello, la labor de nosotros como padres es ayudar nuestros hijos a comprender que prestar no es lo mismo que perder, que algunas cosas son suyas, pero otras no, y enseñarles poco a poco y con paciencia a ponerse en el lugar de los demás. Enseñar con el ejemplo es una de las maneras más eficaces de influir en el comportamiento de un niño, por ello hay que aprovechar los espacios familiares y enseñarle que el mundo no gira a su alrededor.