Al comenzar este año preelectoral en la mayoría de los países del continente americano, se impone la necesidad que las diversas poblaciones americanas reflexionen y tengan presente en las próximas elecciones gubernamentales la intima relación que suele existir entre la dignidad humana, y los gobiernos de sus respectivos países.
Porque siendo la dignidad aquella cualidad que en el universo valora a la humanidad por lo que ella es y puede llegar a ser en el desarrollo libre, igualitario y solidario y porque siendo los gobiernos aquellas formas políticas que, bajo ciertas orientaciones, permiten la convivencia y regulación de esta última; no puede menos que concluirse que si bien algunos gobiernos garantizan esa dignidad, como los auténticos gobiernos democráticos, de exaltación humana, otros, por el contrario, la desvirtúan y hasta la pisotean.
Y esto último ocurre con todas las dictaduras, tanto de derecha, como lo fue la de la Unión Soviética, la de Pinochet en Chile y la de otros países de Latinoamérica, como las dictaduras de izquierda, como ha sucedido en Cuba y acontece hoy día en Venezuela, Nicaragua y Bolivia.
Porque si bien la dictadura clásica de un gobierno se caracterizaba por su imposición indigna contra la voluntad popular, como lo fueron las dictaduras militares, posteriormente las dictaduras contemporáneas, tales como la de los gobiernos dictatoriales, siguen siendo indignas.
Porque aunque sean gobiernos elegidos democráticamente con propósitos aparentes democráticos de seguridad e igualdad, lo cierto es que dichos gobiernos han tomado como característica su ejercicio contra la voluntad popular. Y ello se debe a que han procurado mantenerse indefinidamente en el poder a toda costa, o concentrar todos los poderes (ejecutivo, legislativo y judicial), o, como sucede en algunos casos, han sometido a sus pueblos a la indignación. Lo cual se ha logrado mediante restricciones indignas. No solo por medio de la supresión o restricción grave de “las libertades públicas”, sino también por medio de la vulneración arbitraria tanto de los derechos fundamentales individuales, como las libertades personales, como del derecho social al progreso humano. Porque se ha acudido a la opresión social con la restricción del derecho fundamental de los pueblos a la dignidad, o de convivencia, o la alimentación, a la salud, al progreso y a la autodeterminación de su gobierno.
De allí que tales formas de gobiernos no solo hayan sido considerados seudo democráticos por su carácter dictatorial, sino también indignos y reprochables por su atentado contra el humanismo que aparenta defender.