TRIBUNAL ESPECIAL PARA LA PAZ
A raíz de la carta de numerosos generales en retiro, que tuvieron a su cargo, gran parte del comando de la fuerza pública, en la cual manifiestan el Presidente de la República su preocupación por la integración y funcionamiento del Tribunal Especial para la paz, acordado en el proceso de paz entre el gobierno, se hace pertinente señalar que ello obedece a que es el órgano encargado de administrar justicia para las partes en conflicto, donde, desde luego, se encuentran algunos miembros de las fuerzas militares. Sin embargo, dicha preocupación descansa, en el fondo, en ciertas particularidades de dicho órgano judicial, que se aguarda se cumplan y desarrollen para tranquilidad de los colombianos, una “verdadera justicia para la paz”, lo cual implica que ella sea “confiable idónea y acertada”. En efecto, para ello se necesita: En primer lugar, que su transitoriedad por diez (10) años y su integración con posterioridad a la terminación del conflicto armado, no sea instrumento para la manipulación de su integración, ni obstáculo alguno para generar la confianza pública que ordinariamente tienen los órganos judiciales preexistentes y permanentes, pertenecientes a la carrera judicial. En segundo lugar, que exista objetividad e idoneidad en la selección de sus integrantes, como se aguarda que lo haga la comisión encargada al efecto, que, más que nominadora, es la encargada de obrar como garante del desarrollo y eficacia de este componente de justicia. Y en tercer lugar, que sus miembros, además de sujetarse al régimen complejo pertinente, garantice que la integración asegure anticipadamente que se trata de un órgano encargado de la “justicia para la paz y la convivencia pacífica” y no para la guerra y la parcialidad, violencia ente los colombianos. De allí que, más que al Presidente de la República, corresponde a la sociedad y a la opinión colombiana el control social de dicha garantía como garante máximo de justicia para la paz, en lo cual deben contribuir los medios de comunicación social.
El Facilismo atrae
*Marta Saenz Correa Actualmente la vida esta tan repleta de comodidades que cuesta darse cuenta de la dificultad que requiere conseguirlas. Lo que nos lleva a pensar que aquello que requiere esfuerzo no vale la pena. Frente al beneplácito de padres, docentes, jóvenes y sociedad en general, se observa con dolor que cada día se impone más la cultura del facilismo, frente a la necesaria cultura del esfuerzo. La cultura del facilismo es la que nos lleva a la delincuencia, al narcotráfico, a la empresa criminal y a la corrupción. Tales expresiones son la muestra clara de lo que genera el deseo compulsivo de tenerlo todo y la ambición desmedida que nos conduce por el camino errado. La falta de esfuerzo es una de las manifestaciones de la crisis social que vivimos, la cual debemos enfrentar y modificar. A muchas personas les gustan las cosas buenas pero no quieren compromisos ni mayores esfuerzos; son amantes del camino fácil. Nuestros jóvenes se han acostumbrado a que los padres les facilitamos la gran mayoría de las cosas, sin querer entender que se requiere trabajar duro. Nuestros niños han aprendido que en forma casi mágica, con apenas un clic se puede tenerlo y saberlo casi todo, iniciándose en la era del facilismo y del mínimo esfuerzo. El facilismo como forma de vida, tropieza con las férreas barreras de una vida cada vez más complicada; porque la tecnología no siempre simplifica las cosas. John Dewey sostiene que para ese gran cáncer que es el facilismo también podemos tener una solución: llamemos experiencias a las dificultades y recordemos que cada una nos ayuda a madurar, a crecer vigorosos y felices, y a derrotar esta enfermedad no importa cuán adversas parezcan las circunstancias. En conclusión todo lo que nos rodea son objetos o herramientas que hacen las cosas más fáciles, pero sabiéndolas utilizar podemos llegar a aprender a vivir en una sociedad mejor donde nuestros jóvenes se empeñen por lo que de verdad quieren y no se rindan en el primer intento. Para finalizar, es imperativo recordarles a nuestros jóvenes que quienes quieren triunfar deben estar dispuestos a pagar el precio del sacrificio que demanda el ideal propuesto. Deben pagar la justa compensación por el éxito. Se debe promover el deber de sacrificarse por aquello que le gustaría ser o hacer. Entre más grande el obstáculo, más grande es la gloria al vencer. El que quiera prosperar tiene que luchar. Todo lo que es hermoso y valioso en nuestra vida supone una y mil batallas ganadas. No hay éxito sin sacrificio. El éxito satisfactorio nunca le llega al flojo, a la buena vida. El fracaso tiene enorme valor pedagógico, pues confrontar las contrariedades en el proceso de aprendizaje ayudará a nuestros niños y jóvenes a salir adelante. El resultado del esfuerzo da felicidad.