*Marta Saenz Correa
Actualmente la vida esta tan repleta de comodidades que cuesta darse cuenta de la dificultad que requiere conseguirlas. Lo que nos lleva a pensar que aquello que requiere esfuerzo no vale la pena. Frente al beneplácito de padres, docentes, jóvenes y sociedad en general, se observa con dolor que cada día se impone más la cultura del facilismo, frente a la necesaria cultura del esfuerzo. La cultura del facilismo es la que nos lleva a la delincuencia, al narcotráfico, a la empresa criminal y a la corrupción. Tales expresiones son la muestra clara de lo que genera el deseo compulsivo de tenerlo todo y la ambición desmedida que nos conduce por el camino errado. La falta de esfuerzo es una de las manifestaciones de la crisis social que vivimos, la cual debemos enfrentar y modificar.
A muchas personas les gustan las cosas buenas pero no quieren compromisos ni mayores esfuerzos; son amantes del camino fácil. Nuestros jóvenes se han acostumbrado a que los padres les facilitamos la gran mayoría de las cosas, sin querer entender que se requiere trabajar duro. Nuestros niños han aprendido que en forma casi mágica, con apenas un clic se puede tenerlo y saberlo casi todo, iniciándose en la era del facilismo y del mínimo esfuerzo. El facilismo como forma de vida, tropieza con las férreas barreras de una vida cada vez más complicada; porque la tecnología no siempre simplifica las cosas.
John Dewey sostiene que para ese gran cáncer que es el facilismo también podemos tener una solución: llamemos experiencias a las dificultades y recordemos que cada una nos ayuda a madurar, a crecer vigorosos y felices, y a derrotar esta enfermedad no importa cuán adversas parezcan las circunstancias. En conclusión todo lo que nos rodea son objetos o herramientas que hacen las cosas más fáciles, pero sabiéndolas utilizar podemos llegar a aprender a vivir en una sociedad mejor donde nuestros jóvenes se empeñen por lo que de verdad quieren y no se rindan en el primer intento.
Para finalizar, es imperativo recordarles a nuestros jóvenes que quienes quieren triunfar deben estar dispuestos a pagar el precio del sacrificio que demanda el ideal propuesto. Deben pagar la justa compensación por el éxito. Se debe promover el deber de sacrificarse por aquello que le gustaría ser o hacer. Entre más grande el obstáculo, más grande es la gloria al vencer. El que quiera prosperar tiene que luchar. Todo lo que es hermoso y valioso en nuestra vida supone una y mil batallas ganadas. No hay éxito sin sacrificio. El éxito satisfactorio nunca le llega al flojo, a la buena vida.
El fracaso tiene enorme valor pedagógico, pues confrontar las contrariedades en el proceso de aprendizaje ayudará a nuestros niños y jóvenes a salir adelante. El resultado del esfuerzo da felicidad.