*Marta Saenz Correa
Existen personas malvadas y eso no se puede negar; pero es difícil establecer si nacieron malvados o fue su entorno y crianza los que les dieron esas características. Para algunos investigadores, la maldad va atada a nuestros genes, y algunas personas simplemente nacen malas. La inteligencia y la capacidad cognitiva de cada persona influyen también en el punto de maldad que puede hacer una persona. Cuanta más inteligencia, se puede actuar de manera más perversa y tener mayor capacidad para engañar y esconder lo que se hace
Sobre el gen del mal se ha investigado mucho. Lo cierto es que hay numerosos estudios que se centran en el debate sobre si existe el gen de la maldad; por otro lado, los resultados de estos estudios no apuntan en la misma dirección, algo que ha hecho que el debate se abra aún más. El doctor Kent Kiehl, neurocientifico de la Universidad de Nuevo México, descubrió que los psicópatas tienen menor densidad neuronal en el sistema paralímpico, que es una de las zonas fundamentales para el procesamiento de las emociones. Si bien la ciencia no tiene nada claro que exista un gen de la maldad, si es cierto que muchos coinciden en que hay circunstancias biológicas y culturales que propician la perversidad.
La maldad es obrar siendo consciente de que se hace daño innecesario a otro ser, y nace de la voluntad. Por muy determinada que esté nuestra conducta, cada acto de maldad depende de una decisión individual: puede hacerse o evitarse. Todos, a lo largo de nuestra vida, hemos actuado con maldad muchas veces de forma circunstancial y transitoria movidos por emociones del momento: rabia, envidia, miedo, venganza, frustración. Lo que nos cuesta aceptar es que todos somos capaces de obrar mal y hacer daño a los demás, la falsa creencia en la bondad natural empieza por nosotros mismos, y la premisa que no existe ni bondad ni maldad natural humana.
Adolf Tobena, experto en maldad humana, catedrático de psicología médica y psiquiatría en la Universidad Autónoma de Barcelona, define la maldad como el goce reiterado y cruel con la desgracia ajena. Sostiene que somos malos porque nos enfrentamos cotidianamente a situaciones que exigen de nosotros codazos, empujones, y trampas para defendernos. La competición social, ineludible en nuestras vidas, conduce a ello incluso entre las personas más correctas.
Consentir y disculpar cualquier acto de maldad nos inclina a seguir haciendo el mal hasta convertirnos en perversos. Para combatir la maldad, lo primero que hay que hacer es reconocer que existe. La maldad aparece cuando existen estrechas relaciones entre los hombres y se les obliga a seguir unos compromisos para mantenerlas.
El mundo no está en peligro por las malas personas sino por aquellas que permiten la maldad. sufrimiento a los demás.