¿POLITIZACIÓN DE LA RELIGIÓN?

Cada vez que escuchamos las acciones violentas que en el exterior, como el secuestro de una religiosa  colombiana en el Continente Africano y de la persecución cristiana en ciertos sectores del medio oriente del Continente –Asiático, nos aterra hasta donde llega la incidencia recíproca de religión y política. Sin embargo, ello debe servir para reflexionar sobre la situación actual colombiana, donde parece que la experiencia del pasado se está aplicando en otro sector. En efecto, es bien sabido la experiencia negativa que en los siglos XIX y XX sobre la combinación de religión y política, que es  necesario recordarla, no para  incomodar a nadie, sino para extraer sus enseñanzas. En efecto, en  una época algunas religiones y políticas (no todas) de una y otra actividad y concretamente, de la religión católica y del partido conservador, se utilizaban recíprocamente, para obtener  beneficios de adhesión de fieles y de seguidores, con la exclusión de los demás, a quienes tildaban de liberales y ateos. Ello, sin lugar a dudas, contribuyó a exaltar los ánimos y a fomentar la pasión sectaria, que, desafortunadamente, llevará a la violencia liberal-conservadora. Sin embargo, en un acto de civilización, más que de política partidista, los partidos políticos, con apoyo de la sociedad y de la iglesia católica, afortunadamente lograron superar dichas diferencias con el plebiscito de 1957 y el llamado frente nacional de 1958 a 1974. Pero a comienzos del presente siglo y, más  concretamente, a partir de la década anterior, la sociedad colombiana  ha venido  contemplando nuevamente un nuevo proceso de politización de ciertos sectores (no todos) de la religión cristiana, no católica, en armonía con  ciertos sectores de la política, especialmente del Centro Democrático y algunos sectores del conservatismo, con acuerdos expresos o tácitos de obtención de ventajas recíprocas, en donde los religiosos obran más como partido político que como  confesión religiosa, y donde los  políticos, se muestran más como líderes religiosos que como políticos. De allí que sea pertinente prevenir a las nuevas y futuras generaciones sobre la experiencia negativa que tuvo en Colombia en la violencia, la politización de la religión y  la confesionalización de la política.  

El Poder nos hace daño

El poder es la capacidad para lograr la obediencia de alguien, ya sea por obligación, interés personal, o convicción. Una de las características principales del poder es que cambia a los que no lo conocen, y su influencia modifica los comportamientos, actitudes y valores de las personas sobre quienes se ejerce. Se ha descubierto que estar en la cima de la sociedad tiene un precio para nuestra mente: intoxica, enfría, y lo aleja a uno de la realidad. El poder embriaga el cerebro literalmente, y producto de ello tomamos decisiones equivocadas que luego no somos capaces de corregir. Su efecto narcótico y embriagante parece pegar una patada al proceso neural. Por lo cual, el mal uso del poder nos puede llevar a sobrestimar nuestra capacidad, así como la realidad y las circunstancias. Detrás de la conducta arrogante de algunos y menos propensa a ponerse en los zapatos de los otros, existe un proceso en el cerebro. Son muchos los que creen que el poder es eterno e inagotable, y que los cargos y funciones que desempeñan, así como las decisiones que toman, perdurarán en el tiempo, sin embargo, el poder es efímero como los colores del arco iris. No hay nada tan euforizante como el día que uno alcanza el poder, ni nada más deprimente que la fecha en que el poder lo abandona a uno. El poder hace que nos perciban mejores de lo que somos y, cuando lo dejamos de ejercer, nos devuelve a la mediocridad. Un artículo de “The Atlantic” reporta un estudio de Dacher Keltner, profesor de psicología de la Universidad de California, en el que se descubrió que las personas en posiciones poderosas actuaban de manera más impulsiva, eran menos conscientes del riesgo y menos capaces de ver las cosas desde el punto de vista de otra persona. Curiosamente estos rasgos son típicos de personas que han sufrido una lesión cerebral. Keltner dijo que a menudo tiene lugar la paradoja del poder: una vez que las personas lo consiguen, pierden algo de lo que los llevo allí: ver el mundo como los demás o ser empático. Cuando estamos en el poder, no podemos creer todo lo que nos dicen, acostumbrarnos al comité de aplausos, perder la dimensión de los acontecimientos, ni la perspectiva del presente. Debemos tener claro que ese cargo o posición es una situación temporal y dinámica, y que la prioridad debe ser trabajar con convicción. Por lo cual, es importante estar preparado para el futuro, que no es más que el mundo real en donde el poder ya no existe. Una lección para la cual debemos estar preparados, aunque nunca lo estemos.  “El primer arte que deben aprender los que aspiran al poder es el de ser capaces de soportar el odio”.  Lucio Anneo Séneca