REFLEXIÓN ELECTORAL

A pesar  de que no es el momento de las elecciones, no es menos cierto que es indispensable que durante la campaña electoral, tomemos el tiempo suficiente para determinar nuestra participación electoral. Porque en una u otra forma somos participes de ella. En efecto, son muy diversas nuestras participaciones. Una primera forma de participación es la activa, la cual ocurre  cuanto nos vinculamos a la actividad electoral como candidato u candidata con el cual tenemos simpatía, afinidad  y armonía o coincidencia ideológica, partidista, profesional, regional, ética, etc., o simplemente de relación de conocimiento, trato, amistad, proximidad, gratitud, etc. En tal evento la participación puede ser plena u ocasional. La primera es aquella vinculación que incluye la participación permanente como actividad de la campaña, bien sea como promotor, participante, ayudante, asistente, organizador, colaborador o simplemente como votante de dicha campaña. En tanto que la segunda es aquella vinculación política, de carácter transitoria, coyuntural u ocasional en alguna de las actividades que les llame interés o atención, bien sea por la novedad, la posición que se asuma en determinado tema, etc. En cambio, existe una participación pasiva cuando el  ciudadano adopta una conducta que rechaza su participación en el proceso electoral por considerarlo inútil e, incluso, una farsa, porque, a su juicio, no genera cambios o cuando simplemente se obtiene, por cuanto no representa interés participativo, o simplemente no existe confiabilidad política, ética; o simplemente, se margina del proceso electoral, por no representarle beneficios o serle indiferente; etc. Sin embargo, tales posturas también son un tipo de participación pasiva, por cuanto, de una parte, contribuimos a que los demás participen, elijan y hagan la demostración por nosotros; y, del otro, porque dicha conducta si bien representa un desinterés y una protesta, también lo es que no genera, por sí sola, ningún cambio. De allí que sea indispensable  reflexionar sobre nuestra participación electoral de manera racional y digna.

Reconciliarnos es la tarea

*Marta Saenz Correa La reconciliación es el restablecimiento de la concordia y la amistad entre dos o más partes enemistadas; es una reunión amistosa post-conflictual entre previos oponentes que restaura una relación social alterada, y un mecanismo de resolución de conflictos que nos permite dejar atrás un enfrentamiento, y retomar un vínculo que se encontraba interrumpido por una desavenencia. Supone recobrar las relaciones, por lo cual, ya no es un proceso individual, sino que implica un acercamiento voluntario de las partes que buscan conectarse de nuevo, sin tener que obligatoriamente perdonar al otro. ¿Cuándo debemos reconciliarnos? Cuando hemos o nos han ofendido, ya sea por no respetar los acuerdos entre las partes o simplemente cuando una de ellas ha denigrado a su interlocutor. La parte ofendida espera explicaciones, y luego de haber aclarado los puntos de la discordia, se acuerda la paz entre ambas partes. Previo a esto, la tarea es reconciliarse con uno mismo, lo cual puede llegar a ser un proceso arduo para aquellas personas que durante años han arrastrado dolor, experiencias poco gratas y básicamente, mucho desconocimiento sobre sus propios intereses y necesidades. Son muchas las personas que con ahínco e interés intentan sin éxito perdonarse y pasar la página a historias del pasado. Intentan olvidar, mirar con optimismo el futuro, y tranquilizarse, pero cuando hacen silencio o cuando más están disfrutando de su vida, nuevamente aparece el sentimiento de culpabilidad, esa amarga experiencia. Uno de los estudiosos del perdón en el ámbito de la psicología, Robert Enright, define el perdón como la modificación de los pensamientos, sentimientos y conductas negativas en relación con un ofensor. Los sentimientos y el juicio negativo se reducen, no porque el ofensor no sea merecedor de ellos, sino porque la victima ha decidido libremente considerar al ofensor con compasión, benevolencia y amor. Al no perdonar, la persona ofendida esta encadenada a la persona que le hizo el daño y, mientras no la perdone, no podrá sustraerse al poder que el ofensor y la ofensa tienen sobre ella. Para que ocurra una reconciliación es necesario que una de las partes pida perdón y que se proponga no volver a cometer el error. A veces el daño es tan grande que no se puede confiar más en esa persona, pero, aunque no sea posible la reconciliación, el perdón si lo es. El perdón es la liberación de la carga del dolor que llevamos por dentro y un regalo para uno mismo que implica desprenderse de lo que ha pasado. Recuerda que el objetivo primordial de la reconciliación es hacerle saber a la persona que te arrepientes de lo que ocurrió y reafirmarle cuán importante es para ti. Sin reconciliación es imposible vivir, a lo sumo, sobrevivimos esclavizados por nuestra historia, nuestras exigencias, y por el resentimiento…Pero no nos engañemos, esto no es vida.