Es una verdad incontrastable que la sociedad, salvo excepciones (como sucede con la multitud), no solo obra con cierta conciencia, voluntad e intención de sus actos hasta donde su capacidad y circunstancias se lo permiten, sino que también aprecia y hacen apreciación, valoraciones sobre las de la naturaleza y vida cotidiana, basándose en los usos, las costumbres y las reglas éticas (las del bien y las del mal) que adquieran o tengan; y que la misma sociedad trata de aplicarlas o extenderlas a otras ideas o situaciones.
Ello explica que se formen antejuicios de valor (prejuicios), esto es, apreciaciones de valor sobre los hechos y sus respectivas consecuencias, que, desde luego, tratan de extenderse anticipadamente a otros fenómenos, a fin de facilitar su ulterior comportamiento social. Así, por ejemplo, la apreciación que se tiene sobre el peligro que encierran estar expuestos a los leones, suele también aplicarse (como prejuicio) a todos los anímales.
Sin embargo, en este aspecto es necesario advertir que no siempre tales apreciaciones anticipadas son acertadas, especialmente cuando han sido desvirtuadas por la ciencia, casos en los cuales lo más aconsejable es que previamente se averigüe sobre la existencia y del concepto científico y su primación. Ello ocurre, Por ejemplo, con los prejuicios del carácter dañino que socialmente suele atribuírsele al baño el viernes de la semana santa, la certeza del horóscopo, el mayor valor de las personas de mejor estrato social, la maldad de las personas de otras religiones, etc. Porque todas estas apreciaciones no son científicamente ciertas.
De allí que sea pertinente no solo confrontar los juicios sociales con los que ha establecido por la ciencia, sino que es indispensable hacer la corrección o la recomendación u orientación pertinente, que esta última aconseje.
Lo mismo debe decirse en los juicios sociales equivocados que emocionalmente se forma una sociedad, debido a la prevención, la ira, el odio o la animadversión frente a la política, cuando con serenidad y racionalidad, comienza a analizarse, por encima de todo, la conveniencia nacional. Puesto que, en este caso, la realidad de la conveniencia nacional impone la corrección o reorientación debida.