A raíz de las próximas elecciones para Presidente de la República de Colombia, resulta pertinente poner de presente la tradicional contradicción entre la opinión y la participación de los colombianos en el mismo. Porque ciertamente la mayoría de la población participante si bien aspira a que el certamen sea ejemplar, ello no resulta coherente con su comportamiento. En efecto:
Todos los colombianos deseamos que en este proceso electoral si bien no domine totalmente la racionalidad, no lo es menos que ella tenga influencia en el conocimiento real de los candidatos, no solo en cuanto a su capacidad, conocimiento, experiencia y antecedentes, sino también en cuanto a la seriedad, viabilidad y ejecutabilidad de sus propuestas. Pero ante todo se tenga en cuenta su confiabilidad en lo que dice y hace teniendo en cuenta su experiencia en actividades pasadas y su compromiso honesto con el país.
Sin embargo, es bien sabido que la mayoría de las personas, debido a su influencia emocional obran de manera distinta a la que racionalmente debería ser el mejor candidato. Porque si bien es entendible que las personas desarrollen su vida cotidiana teniendo en cuenta aquello que nos emociona, esto es, aquello que nos perturba o agita nuestro ánimo, tal como sucede con la adecuación de nuestra vida a las emociones del fútbol, del mundial, de las competencias deportivas, de los conciertos, los espectáculos públicos; etc. También lo es que, aún las actividades importantes, como la cultura y la política, también son influenciadas por la emocionalidad.
Ahora, es comprensible que un proceso electoral genere perturbaciones emocionales por uno y otro candidato, porque ello hace parte de la reactivación necesaria para la participación. Pero lo que no resulta conveniente para la orientación y desarrollo para un país que se continúe con una manipulación electoral de exclusión, y no de preferencia o conveniencia. Porque en la primera si bien se trata de oponerse y eliminar al contrario, votando en contra de este, no es menos cierto que el voto que se emite por el otro candidato, no obedece a razones o condiciones positivas de este candidato, razón por la cual no es voto real en su favor. Por eso, a pesar de que salga elegido se sigue hablando mal del derrotado y del elegido.
Así, por ejemplo, los colombianos votan por Pastrana, por votar en contra de Samper; votan por Uribe, por votar en contra de Samper y Serpa; y votaron por Santos por votar en contra de Uribe; etc. Y parece que en la actualidad las inclinaciones electorales dominantes son las negativas; las de votar por un candidato distinto a Duque, a Petro, a Vargas Lleras, a De la Calle y a Fajardo, motivados por su rechazo en el primer caso, a Uribe; en el segundo, por su oposición a la guerrilla; en el tercero, por su rechazo a Santos; en el cuarto, por rechazo a la FARC; y en el quinto caso, por su disgustos con la soberbia y sus apoyos.
Sin embargo, se aguarda que la motivación electoral sea preferencial en la forma selectiva indicada, porque solo así se trata en verdad de un acto de selección de lo más conveniente para el país y, por lo tanto, sería ejemplar.