Marta Sáenz Correa.
Las personas violentas y agresivas son una amenaza tanto para nuestra salud física como para la emocional, lo que nos lleva a hacernos algunas de estas preguntas: ¿por qué nos volvemos violentos?, ¿llevamos la violencia en los genes?, ¿aprendemos a ser violentos?
El agresivo nace, el violento se hace, afirma José Sanmarti, catedrático de la Universidad de Valencia, y autor del libro: «La violencia y sus claves”. El profesor, asegura que nuestra agresividad es un rasgo en el sentido biológico del término, es una nota evolutivamente adquirida, mientras que la violencia es una nota específicamente humana que suele traducirse en acciones intencionales que tienden a causar daño a otros seres humanos. Agresividad y violencia, por tanto, no son la misma cosa. La primera forma parte de nuestra esencia animal; somos agresivos por naturaleza, por instinto de supervivencia frente a un entorno hostil, pero no necesariamente violentos.
Por su parte, la violencia es producto de la evolución cultural, por tanto, es suficiente cambiar los aspectos culturales que la motivan para que esta no se produzca. Las semillas de la violencia se siembran en los primeros años de la vida, se cultivan, se desarrollan durante la infancia y comienzan a dar sus frutos malignos en la adolescencia. Por tanto, la violencia es la resultante de la influencia de la cultura sobre la agresividad natural y el mito de la herencia genética de la violencia está totalmente desmontado; los genes pueden influir en el comportamiento violento como influyen en todo lo que hacemos y todo lo que somos, pero en ningún momento determinan que un individuo vaya a ser violento.
¿Existe un antídoto contra la violencia? desafortunadamente las causas que generan la violencia son muy variadas: la familia, los medios de comunicación, la educación, el entorno, entre otros. Nadie puede eliminar de un plumazo el problema, aunque los expertos si coinciden en señalar la importancia de una educación en la infancia. Los comportamientos agresivos se fomentan a través de mensajes tangibles y simbólicos que automáticamente reciben los niños de los adultos, del medio social y de la cultura, así como haber sido objeto o testigo de actos de agresión repetidamente durante la niñez.
La violencia está apoyada en la intolerancia, en el desprecio a los que son diferentes y piensan diferente; para contrarrestarla, hace falta una educación para la paz efectiva que debe partir del núcleo familiar y educativo a través del fomento del dialogo, la comunicación, de muestras de cariño y comprensión por parte de los padres, y sobre todo, en el descubrir que en la palabra se encuentra la base del entendimiento entre las distintas generaciones y los distintos pensamientos.