*Marta Sáenz Correa.
La sinceridad es un valor que caracteriza a las personas por su actitud congruente, que mantienen en todo momento, basada en la veracidad de sus palabras y acciones. Pero, ¿Manejarse con la verdad es la mejor forma de relacionarse con las personas? Lamentablemente no. Todos pedimos sinceridad para sentirnos seguros, que nos digan si hacemos algo mal, si nos quieren, si les sirve nuestro trabajo, y si somos buenas personas. Pero, ¿cuantos de nosotros resistimos una crítica? La sinceridad viene acompañada de la verdad, esa que muchas veces la gente no quiere ver o escuchar.
Existen personas sinceras de verdad, que nos dicen las cosas que no nos damos cuenta con la mejor intención; y, también existen las personas que nos dicen lo que queremos escuchar, los del comité de aplausos, que no son tan sinceras. Sin embargo, saber escuchar la opinión de lo bueno y lo malo sobre nosotros y de nuestro proceder, no es algo grato para todos. En algunos casos, ser demasiados sinceros nos aleja de aquellas personas que no resisten las críticas u opiniones, pero, lo mejor de ser sincero, es que al final te quedas con pocos amigos, con los auténticos.
Una persona sincera es aquella que dice y actúa conforme a lo que piensa o cree; no tiene intenciones ocultas, y no busca intrigar ni perjudicar a nadie. A veces no somos sinceros por ser amables, para no incomodar al otro; y, otras veces evitamos ser sinceros para no afectar la relación que tenemos con otras personas, bien sea de amistad, de trabajo, de estudio o de cualquier otra índole. De hecho, la justificación de las llamadas mentiras piadosas obedece precisamente a la necesidad de evitar decir o hacer cosas que podrían afectar a otra persona de una manera indeseada. De allí, que se considere que la sinceridad debe ser manejada con tacto y cautela. Cabe enfatizar que decir la verdad es una parte de la sinceridad, pero, actuar conforme a la verdad, es requisito indispensable. El mostrarnos como somos en realidad, nos hace congruentes entre lo que decimos, hacemos y pensamos, y esto se logra con el conocimiento y la aceptación de nuestras cualidades y limitaciones; esto implica que se evitan las falsas excusas, el autoengaño o cualquier mecanismo a través del cual nos digamos mentiras a nosotros mismos. Quien en su vida cotidiana es normalmente sincero, intenta que sus pensamientos y sus actos sean armónicos y coherentes, y se muestra ante los demás tal y como es, sin máscaras.