*Marta Saenz Correa
Todos hemos pasado por situaciones que nos han colocado al límite de toda resistencia y comprensión, momentos de enorme desilusión y desesperación; generándose una forma de tristeza que causa cansancio, agotamiento, estrés y ansiedad o la pérdida total de la esperanza que lleva a enfrentar la vida de una forma angustiosa motivada por sentimientos de ira, enfado o impotencia. La desesperanza aparece y supone la negación de la posibilidad de disponer de la fuerza y seguridad necesaria para hacer frente al futuro. Por lo tanto, la desesperación puede hacer referencia tanto a un estado de ánimo como a una actitud frente a la vida, que te hace observar el presente como un drama y el futuro como una tragedia.
En el pozo de la desesperación habitan la soledad, el aislamiento, el miedo, la frustración y el dolor y tú, con tus miedos e inseguridades, te has ido adentrado poco a poco en sus profundidades. Tu mente no ve la forma de salir de allí, encuentra en ese lugar oscuro la única solución a sus problemas, no permite que la gente le ayude y cree que es una carga para los demás o que no pueden hacer nada para ayudar. El pozo no permite que entre ningún haz de luz. El fracaso y la decepción le han llevado hasta las profundidades y le han puesto cara a cara con la depresión.
A veces parece que la vida conspira contra ti en todo sentido: enojo, tristeza, nervios, rupturas. Existen un sinfín de situaciones que pueden poner a prueba tu temple y hacerte pasar una mala racha. Sin embargo, esto no es excusa para acudir al drama y ver la vida negativamente. Aprende a superar estos momentos de desesperación; cada vez que parezca que la vida te da un golpe, respira profundamente, cierra los ojos y suelta de tu mente aquello que te perturba. Cuando sientas que la situación te rebasa, busca tu fuerza interior y repítete que esa experiencia te ayudará a crecer. Todo lo malo que te pasó hoy, mañana o en unas horas se convertirá en historia; deja el pasado en paz, suéltalo y déjalo ir.
Si este es tu caso, busca ayuda y de ningún modo te quedes con el dolor guardado dentro: déjalo salir. Reconoce que no eres de hierro y que tienes derecho a no ser juzgado por estar atravesando esta situación. Cuéntale a alguien confiable cómo te sientes, desahógate. Si aún no te sientes preparado para volver a empezar no lo hagas. Lo harás cuando estés listo.