La euforia que en el pasado tuvo la selección Colombia, y que ahora se revive, con la actuación de nuestros deportistas en el Canadá y en el Continente Europeo, ciertamente demuestra la unión positiva, de los colombianos. Porque indudablemente representa un sentimiento de satisfacción, de pertenencia e identidad por el desempeño que han tenido y tienen nuestros deportistas, lo cual también compartimos.
Pero ello obedece, en el fondo, al reconocimiento de ciertos valores humanos de sus miembros, donde se destaca no solo el comportamiento de sus directores, relativo a su compromiso, trabajo y discreción, poco usual en nuestros dirigentes; sino también al logro de los deportistas, por el esfuerzo, tenacidad, honestidad, disciplina y fervor nacional, desde luego, con repercusión de beneficio nacional, que, ojalá, sirva de paradigma a nuestros conciudadanos en la lucha por nuestro progreso pacífico en lo personal, familiar y nacional.
Pero que, ante todo, sirva de parámetro a la “clase dirigente” y a “los altos dignatarios del Estado”, para velar decididamente por los intereses de la Nación, que agradece lo bueno, y que, por lo menos, sueñen con alcanzar una aceptación similar al reconocimiento que espontáneamente hace la Nación, con el usual multitudinario recibimiento de sus deportistas.
Sin embargo, esta alegría que manifiesta el pueblo colombiano, como simple espectador de la gesta deportiva, sería mucho más positiva si se torna o se convierte en promoción y desarrollo del ideal colombiano de contribuir, como actores, en la transformación de las instituciones colombianas, para que con independencia de intereses particulares y gremiales, aquellas sean confiables, seguras, de servicio, honestidad y progreso para todos los colombianos. De esta manera, también haremos patria.