Responsable, no culpable

*Marta Sáenz Correa.

Me pareció de interés para todos compartirles los aspectos mas relevantes del libro Responsable, no culpable, del psicólogo y especialista en desarrollo personal Yves Alexandre Thalmann, cuyo propósito es contribuir a aclarar la diferencia entre responsabilidad y culpa, desarrollar una actitud responsable frente a nuestras acciones y palabras sin cargar, en todo caso, con el peso de los demás, y liberarnos de culpas asociadas a faltas imaginarias; en resumen, ayudar a ser responsable sin sentirse culpable.

Las nociones de responsabilidad y de culpabilidad, a pesar de su encadenamiento en la mente de muchos, son claramente distintas. La responsabilidad concierne a los actos y a las palabras de cada uno de nosotros: debemos responder a los ojos de la sociedad. En cambio, la culpabilidad implica una infracción, una falta que ha causado un prejuicio a otro, es decir, un acto necesariamente reprensible. Semejante acción viene acompañada, por lo general, de sentimientos de culpa de quien lo comete, que lo llevan a reparar los daños causados y a indemnizar a las personas afectadas. Esta culpabilidad, cuando ocurre, es sana; sirve igualmente como barrera social, impidiendo que los individuos se comporten sin tener en cuenta a los demás.

¿De que soy responsable? En la medida en que soy libre, soy completamente responsable de los actos que realizo, de las palabras que utilizo y el giro que les doy. Soy el único que puede responder: escojo mis acciones y debo asumir las consecuencias. La única excepción a esta regla general involucra a los niños, pues se encuentran bajo la custodia de sus padres, y las personas con responsabilidad disminuida, aquellas que sufren de un impedimento mental o de alguna enfermedad que genere incapacidad.

Reitera Thalmann, es necesario hacer una precisión. Las palabras que pronuncio son mi responsabilidad, pero la interpretación que mi interlocutor hace de ellas, le incumben a el y no a mi. Insiste, soy responsable de las palabras que emito, pero no de los sentidos ocultos que mis interlocutores pudieran interpretar. También soy el único que puede escoger los pensamientos que alimento, nadie me obliga a pensar en una cosa o en otra. Pienso lo que quiero. Es cierto que puedo ser influenciado, incluso manipulado, por un discurso elocuente o una publicidad eficaz. Pero en definitiva, soy yo quien escoge darle crédito.

La reflexión final sobre las escogencias conduce a una conclusión general: la reacción de un individuo puede ser consecutiva a la acción de otra persona, pero la naturaleza de esta reacción depende de las escogencias de esta ultima. En otras palabras, soy responsable de mis acciones, pero no de las reacciones que suscitan

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