*Marta Saenz Correa
Es típico que pasemos buscando culpables fuera de nosotros mismos para cualquier problema. Lo que más nos gusta de nuestros peores momentos es poder quejarnos, echarles las culpas a los otros y sentirnos víctimas del mundo. Si acertamos es nuestra virtud, somos exitosos, pero si erramos, seguramente será responsabilidad de otro. Antes de decir: me equivoque, es probable que digamos que fue por mala suerte o busquemos el culpable más cercano en nuestro entorno. Cualquier cosa antes de afrontar la realidad y asumir la responsabilidad.
Cada vez que creemos que los demás son los culpables de lo que ocurre en nuestra vida, estamos arrojando nuestra participación debajo de una alfombra y diciendo que nuestra vida es un escenario en el que no queremos estar. Culpar a terceros de tus problemas no hará que se solucionen antes. Nada, absolutamente nada de lo que nos sucede, tiene que ver con los demás. Sé que resulta difícil de entender, pero tú eres la única persona responsable de tu bienestar y de tu malestar.
Una de las preguntas más improductivas que hacemos cuando algo ha salido mal es: ¿Quién ha sido? ¿De quién es la culpa? Parece ser que cuando hemos identificado al culpable la situación se resuelve sola. En el momento que sabemos quién es el culpable lo juzgamos, pero el problema sigue por resolver. ¿De dónde nace esta necesidad de identificar rápidamente al culpable? Del miedo a que alguien piense que la culpa es nuestra. Lo más importante es que el resto de personas sepan que yo no he sido, porque identificar al otro como culpable salva mi imagen ante los demás.
Muchas personas son incapaces de aceptar que cometieron un error o que no supieron cómo hacer algo. Es mejor acusar a otra persona en vez de reconocer que a veces las cosas no salen como deseamos o que no pudimos o supimos actuar de la manera correcta para alcanzar el objetivo que deseábamos. Culpar a los demás y a las circunstancias es una forma fácil de no asumir la propia responsabilidad y de perder el control sobre tu propia vida.
Buscar la solución dentro de uno mismo es la actitud más sana que podemos adoptar. Si lo hacemos, tendremos la posibilidad de cambiar nuestros comportamientos y, por ende, obtener otros resultados. No volverán a provocarse situaciones similares y ya no precisaremos acusar a otras personas por nuestras dificultades o desaciertos. Se necesita ser una gran persona para aceptar e interiorizar la propia responsabilidad sobre lo que ocurre. No se trata de cargar con toda la culpa cuando hay responsables, sino de ser capaz de aceptar la responsabilidad cuando realmente corresponde.
No hay ninguna vergüenza en cometer un error o fracasar en algo. No crecemos esquivando errores, solo una retroalimentación correcta sobre las causas nos permitirá mejorar.