Marta Sáenz Correa.
La sociedad nos educa en el hacer las cosas bien, con exigencia y perfección; no está permitido y es mal visto ser imperfectos, equivocarse. Sin quererlo, nos abocamos hacia el éxito, y cuando fracasamos nos frustramos, ya no somos buenos. El miedo a equivocarnos es algo que debe estar presente en nuestra vida; la perfección no es algo natural y cuando nos damos cuenta de que no hay cosas hechas perfectamente, nos libramos de esa presión.
No es bueno centrarse en lo que hago mal o hacen mal las personas que nos rodean, porque me pierdo todo lo bueno que está pasando. No somos perfectos, y no podemos pretender que los demás lo sean o enfadarnos cuando no hacen las cosas como las haríamos nosotros. Del mismo modo, tampoco debemos culparnos por nuestros errores o molestarnos por los defectos de los demás; somos como somos y tenemos que aceptarlo. Valorarnos por nuestras virtudes y tratar de mejorar nuestros defectos, pero sin amargarnos por ellos. Aprende a vivir con tus imperfecciones y a buscar el lado bueno.
Ortega y Gasset sobre el tema de la perfección afirma: esta palabra perfecta arrastra un equívoco fundado en su etimología. Perfecto es originariamente lo concluido, lo acabado, lo finito; luego significa también lo que contiene todas las virtudes y las gracias propias a su condición, lo insuperable. Hay una perfección que se conquista a fuerza de limitarse, lo perfecto sería el camino delineado. Lo imperfecto, el camino se hace al andar, imprevisible, vital, sorpresivo. El hombre es imperfecto. No está concluido. Nace y debe hacerse, construirse, darse una identidad. De la imperfección brota la libertad; de la libertad, la fantasía, la imaginación.
No somos perfectos ni lo seremos nunca, y tampoco es necesario. Perfección quiere decir sin ningún defecto o error, tener seguridad absoluta. Las personas somos dinámicas, física y emocionalmente, por tanto, no podemos ser perfectos como una figura, pero es posible encontrar el equilibrio, tanto en las emociones como en las capacidades intelectuales y físicas. Si aprendemos a escuchar y a escucharnos, si dejamos el miedo para arriesgarnos a conseguir un objetivo, si trabajamos para comprender nuestro entorno, personas, circunstancias y retos, o si aprendemos a aceptar los fracasos y los convertimos en estímulos para nuestros retos.
El camino correcto es entender que no somos perfectos, estamos en constante evolución, cometemos errores y tenemos la capacidad de aprender de ellos. Podemos hasta reírnos de nuestros tropiezos, verlos en forma natural y compasiva y, por supuesto continuar superándonos.