*Marta Saenz Correa
En un periodo de la historia de la humanidad se cultivó la creencia de que las mejores decisiones se toman desde la razón, sin embargo, tomar decisiones dejando a un lado las emociones no siempre es la mejor opción; y tomar decisiones desde las emociones, olvidándose de la razón, tampoco es garantía de buenos resultados.
Las emociones influyen en nuestras reacciones espontáneas, modo de pensar, recuerdos, en cómo planificamos el futuro, en la comunicación con los demás y en cómo nos comportarnos; además, son nos ayudan a establecer nuestro sistema de valores, y las convicciones y prejuicios que guían nuestra conducta y determinan nuestro comportamiento. Mientras conferimos superioridad a la razón porque creemos que imponerla sobre los sentimientos es un síntoma de sentido común, de madurez y de equilibrio personal y la utilizamos para combatir los sentimientos cuando son indeseables, no nos percatamos de que esa misma falta de deseo tiene mucho sentimiento, aunque la justifiquemos con argumentos racionales. Es decir, muchas veces mentimos y nos engañamos a nosotros mismos al justificar racionalmente lo que en realidad estamos haciendo por razones emocionales.
De lo anterior podemos afirmar que somos razón y emoción, fuerzas que en ocasiones apuntan hacia el mismo lugar pero que en otras se enfrentan y nos obligan a tomar una decisión. Tenemos la opción de seguir a nuestro corazón o de hacer caso a la lista de pros y contras. La mayoría de estudios al respecto indican que en el proceso de decisión por lo general ganan las emociones. Esto es así, básicamente, porque la razón ocupa un nivel superior en la escala de elaboración de las experiencias subjetivas. Así, se necesita más experiencia, más tiempo y un grado mayor de habilidad para construir razones que para dejar nacer emociones. Simplemente, algo que se percibe como beneficioso, desata emociones de agrado, o al contrario.
¿Cómo conseguir el equilibrio entre razón y emoción? Para comenzar, es importante que nos conozcamos a nosotros mismos. Es fundamental que cuando surja un sentimiento o una emoción sepamos identificarlo y saber por qué ha venido y cómo va a evolucionar. El siguiente paso será manejar nuestros impulsos. Si somos capaces de controlarlos, podremos aceptar mejor las circunstancias que nos presenta la vida y que no podemos controlar. Por último, la empatía se presenta como una cualidad fundamental en el manejo de las emociones. Reconocer las emociones en los demás y saber por qué están sintiéndose de una determinada manera también será muy útil.