Un socialismo de pacotilla

Por: Horacio Serpa

Salté de alegría cuando Francois Hollande ganó las elecciones presidenciales en Francia. Un gran acontecimiento político. En el país de la revolución de 1789, de la Comuna de París en 1871, del Mayo Francés de 1968, del gobierno democrático y social de Mitterrand, regresaba al ejecutivo un socialista de tradición, de trayectoria partidista, a ponerle orden a Francia después de los desastres de Nicolás Sarkozy, para acentuar la libertad, reconstruir una democracia participativa y popular, generar equidad para la población y liderar en Europa grandes transformaciones sociales.

Los Socialdemócratas pensamos que con Hollande vendría una ola de triunfos de la izquierda democrática en todos los continentes, para corregir los desajustes y las inequidades del capitalismo salvaje. No era tarea fácil porque los franceses se habían vuelto mayoritariamente de derechas, pero la oportunidad había llegado. Solo era cuestión de un par de años durante los cuales Hollande iría imponiendo, esta vez por las buenas, sin levantamientos, los principios de equidad y solidaridad que inspiran las luchas del socialismo democrático.

No fue así, por desgracia. Después de algunos escarceos reformadores que para nada modificaron el modelo impuesto por los recalcitrantes políticos conservadores de Francia, Hollande se entregó al sistema interno y nunca se atrevió a levantar la voz en los cenáculos que orientan la Unión Europea. Se volvió uno más de los conformistas, de los defensores del status quo. Además se involucró en líos de faldas que hicieron crecer su desprestigio. Hoy tiene un escaso 13% de favorabilidad en las encuestas.

El socialismo francés se volvió un rey de burlas. Es un partido elitista que avergüenza las luchas reivindicativas de otras épocas. La tendencia de los “contestatarios” poco puede hacer para evitar la estruendosa caída del gobierno “hollandista” y ninguno de los “desdentados”, como el Presidente llama a los obreros franceses según lo comentó su exesposa Valerie, se va a mover para evitar el desastre.

Los Socialdemócratas, Socialistas y Laboristas del mundo debemos aprender del ejemplo. No es posible contentarse con reformas “de medio pelo” si no acaban con la desigualdad. Como en la obra de Lampedusa, “reformar para que todo siga igual”. El compromiso es cambiar de verdad, en la forma de gobernar, renovando, con oportunidades, con transparencia y resultados.

La izquierda democrática, en el Polo, en la UP, en sectores liberales, de la U., de Cambio Radical, en otros partidos, aún en el conservatismo, representada en sectores sociales, académicos, culturales, campesinos, comunitarios, tienen el deber de luchar por un auténtico cambio democrático. Por la paz, por la igualdad, con reformas políticas, económicas y sociales.

Por encima de las diferencias partidistas, tenemos la oportunidad de hacer esos cambios. Nadie debe temer, si se hacen ya, sin estropicios, sin traumatismos, con consciencia de su necesidad, claro. Con convencimiento social y ético. No la pacotilla de Hollande sino la que exige “la igualdad real ante la vida” de que habló Gaitán. Hay mucho por hacer pero debe comenzarse ahora.

Imagen tomada de: www.rtve.es

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