Cuál país de las Maravillas

Horacio Serpa

Muchos inteligentes descubrieron el agua tibia: el país está en pugna interna, polarizado,  en permanente y extrema confrontación. No es ahora ni de hace poco. No es responsabilidad de los actores del momento ni es solo en el medio político. Es una herencia,  ¿maldita?, de la cual no hemos podido despojarnos.

El siglo XIX fue de intensas, sangrientas, destructoras guerras intestinas. Sin haber logrado la independencia, luego de 1810, nos enfrentamos a muerte, sin piedad, como los peores enemigos. Después, hasta comenzar el otro siglo, ocurrieron veinte o más confrontaciones fratricidas. Perdimos Panamá.

En 1930 hubo violencia por el cambio de gobierno, de conservador a liberal. En 1946, al revés, con la muerte de Jorge Eliecer Gaitán y 300.000 muertos, en la más sangrienta confrontación partidista que recuerde la historia. Luego, exclusiones políticas con el Frente Nacional y el nacimiento de las guerrillas, hasta hoy. Nunca se sanaron las heridas.

Todo en el marco de la exclusión. Siempre los perdedores fueron los más pobres, la carne de cañón, los muertos de todas las contiendas.

Facilismo es creer que el enfrentamiento es de Uribe contra Santos o de la izquierda tradicional con la nueva derecha. Existe y se radicaliza con cada muerto y con los resentimientos que genera la desigualdad. Pero no es solo entre políticos, que ya poco influjo tenemos  en materia de poder, el cual ahora está en la riqueza y en los medios de comunicación.

El debate en el Senado fue una muestra de lo que existe entre los partidos. Pero eso es poco para medir la verdad de la degradación social, representada en una lucha de intereses económicos y políticos, fuerte, generalmente sórdida, que es la que alimenta la polarización de ahora.

Alguien dijo que para mejorar es el momento de que salgan a la luz todos los demonios. Cierto. Tenemos que ser capaces de mostrar y de apreciar la verdad de todo, de la violencia, de las miserias de los distintos órdenes, de los infinitos aprovechamientos ilícitos, de la entrega de los recursos naturales que son la auténtica riqueza de la población, de la incapacidad de permitir que seamos realmente incluyentes e iguales.

Se puede lograr y estamos en el momento preciso. Nos toca ser generosos, aceptar las culpas, ceder en materia de criterios y de riqueza, aceptar al otro, convivir con la diferencia, y ser conscientes de que van a existir las contradicciones y las confrontaciones políticas, sobre la base de disponer de reglas que nos permitan definir, sin el empleo de las armas, quienes ganan y quienes pierden en la disputa democrática.

Sobre la base, claro, de que todas y todos tengan oportunidades y de que en algunos principales aspectos nos pongamos de acuerdo. Acabar la violencia es uno. Educar para lograr igualdad podría ser otro. Hay salidas, sin pretender creer que vivimos, como Alicia, en el país de las maravillas.

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