Horacio Serpa
Somos muchos los que hablamos de paz, los que queremos que ojalá pronto gobierno y farc logren el convenio por el cual la guerrilla renuncie a la lucha armada y sus integrantes se vinculen a la vida institucional y civil de los colombianos. También deseamos que las fuerzas del eln y el gobierno comiencen a deliberar en un ambiente que igualmente genere la terminación del conflicto armado y propicie entendimientos y convivencia. Colombia lo aclamará.
Pero ahí no puede parar el esfuerzo por la paz. Siendo tan importante, nada menos que parar la guerra, la verdadera paz tiene que lograrse y consolidarse inmediatamente después. Desde luego que deben cumplirse la incorporación y los procesos de verdad, justicia, reparación y no repetición. Pero la paz auténtica, la convivencia, surgirán de las reformas. Si no hay reformas no se consolidará una paz “estable y duradera”.
Hay que apuntarle al objetivo de las reformas estructurales en materia rural, en educación y salud, en construir un sistema democrático incluyente y en lograr necesarios cambios en materia económica. Se impone la revisión a fondo del modelo económico de desarrollo, so pena de que sigamos lo mismo. Como la frase de Lampedusa tan frecuentemente mencionada: “Cambiar para que todo siga igual”.
No valdría la pena tanto esfuerzo. Si todo continúa como ahora, con una democracia amañada y recortada, con un sistema educativo excluyente que genera desequilibrios sociales, con un modelo de salud elitista, discriminador y corrompido y un manejo económico que concentra la riqueza y no distribuye equitativamente el ingreso, seguiremos siendo uno de los países más desiguales e injustos del mundo y bien pronto sufriremos más conflictos de los que pretendemos acabar.
No veo mucha voluntad de cambio en los estamentos políticos y empresariales. El establecimiento se contentará con que se acaben los tiros y las cosas sigan “tan chéveres” como ahora: elecciones permanentes por un lado y enormes ganancias económicas por el otro. ¡No puede ser! Si se acaba la guerra es para construir una nación amable, pacífica, en convivencia, igualitaria, equitativa, productiva, en la que todos quepamos, en la que haya competencia económica, negocios y ganancias, pero en la que cada familia tenga ingreso adecuado y un mínimo de bienestar decoroso.
A este propósito esencial le falta apoyo real, fuerte, capaz de convencer a los escépticos, de mover a los desatentos y de aislar a los contrarios, para que se impongan las transformaciones esenciales y todos podamos vivir en paz. Es posible lograrlo en el capitalismo, con un compromiso social real. Debe establecerse con voluntad y decidida participación cívica, política y popular.
Los auténticos reformadores, los que creemos en la necesidad de los cambios, los que estimen que con la terminación de la guerrilla llega la más clara oportunidad de construir una Colombia equitativa y libre, debemos congregarnos y luchar juntos por encima de partidos, religiones, gremios, elecciones, regionalismos, etnias y género. ¡Intentémoslo!