En esta época de la postmodernidad es indudable la importancia no solo de la globalización o mundialización, en las relaciones económicas, comerciales, políticas, tecnológicas, etc., sino también de integración cultural de la humanidad. Y solo bajo ese propósito ha sido útil la participación de la Organización de las Naciones Unidas y demás organismos internacionales, como garantía en el proceso de paz colombiano entre el Estado y las Fuerzas Armadas Revolucionaras FARC-EP.
Sin embargo, la manera como han actuado algunos de sus funcionarios, ha ensombrecido la conducta de garante de dichos organismos internacionales, tal como ha ocurrido con las declaraciones del señor Jean Arnault, Jefe de la Misión Política de la ONU. Porque independientemente de la certeza sobre el pobre cumplimiento del Estado colombiano sobre las condiciones en las zonas veredales para la convivencia y dejación de las armas, su publicidad dista de la diplomacia o, por lo menos de la discreción de los organismos internacionales.
Porque su manifestación en época pre-electoral, donde el proceso de paz es tema de campaña, también se aleja del cuidado internacional de dar cumplimiento al deber de estar ajeno a la contienda política interna.
Y porque la experiencia que tiene el declarante y el conocimiento de nuestra realidad geográfica colombiana, de dificultades, de acceso a las zonas veredales, hacen incomprensible el contenido crítico de sus declaraciones con una de las partes, el Estado colombiano, y el silencio favorable a la otra, las FARC.
De allí que el referido protagonismo personal haya dejado perpleja a la opinión sobre el papel actual de dichos organismos. ¿Tendrán el papel de garante o de interventor?