En esta época de la pandemia del COVID-19 hemos sido destinatarios de la inmensa información que trasmiten los medios de comunicación social de la televisión, la radio y las redes sociales sobre esta enfermedad, especialmente sobre las estadísticas de incrementos de contagios, de recuperados y de fallecidos.
Sin embargo, se hace necesario indagar si nuestra divulgación informativa es, en este caso, responsable, especialmente en el sentido de que no solo resulte útil, sino que también pre venga o minimice daños potenciales. Y si bien la respuesta a esta indagación es afirmativa, lo cierto es que no lo es en forma suficiente.
En primer lugar, porque en algunos casos se emplean comunicadores y expertos médicos que si bien suministran informaciones útiles, también lo es que lo hacen de manera contraproducente. Puesto que algunos de ellos lo hacen en forma alarmista, intimidante o amenazante , generando en los televidentes, oyentes y usuarios de las redes , no solo atención y mayor entendimiento, sino preocupación, temor y miedo, que ,en vez de contribuir a una respuesta positiva a la prevención, su influencia ha sido negativa generando angustia y preocupación, que también afecta la salud. En tanto que otros eventos las informaciones que se suministran no contienen las razones que las sustentan o explican, motivo por el cual no pueden ser entendidas o lo son de manera equivocadas.
Pues, basta mirar cómo la población joven se expone al contagio con la conducta del no uso del tapaboca o con la participación en fiestas clandestinas, porque el énfasis de la comunicación se hizo sobre la vulnerabilidad de los mayores adultos y en el mayor riesgo de estos últimos, y no de aquellos.
Y lo mismo ha acontecido con el mayor énfasis que los medios de comunicación social le han hecho a la necesidad de las camas Uci con la dotación necesaria de los ventiladores requeridos, creando la idea equivocada de que se trata de un asunto físico y de que mientras exista esa disponibilidad no hay que preocuparse tanto. Pero al dejar de lado y no poner énfasis en el problema de fondo consistente en la organización del sistema de salud, en la impreparación que este tenía para afrontar esta pandemia y, ante todo, en la impreparación e improvisación del Gobierno Nacional y de los Gobiernos Locales para tener una política e implementar las gestiones necesarias para crear las condiciones de dicha dotación oportuna, mal puede entender la comunidad los riesgos a que podía verse expuesta, tal como se avecina.
En segundo lugar, porque la ausencia de explicaciones o razones de ciertas informaciones también generan confusiones en la población. Pues, por ejemplo, el hecho de suministrar estadísticas de aumento numérico de contagiados sin explicación alguna, crea la idea equivocada de que efectiva mente se vienen aumentando las personas contagiadas, cuando, en verdad, lo que ha aumentado es la prueba de un mayor contagio, lo que indica que éste ya existía desde antes. Y si tampoco se explica el por qué el número de contagiados crece, crece y no se congela o disminuye, la población se crea l idea de que es inane o excesivamente miedoso ese aumento, cuando, en verdad, gran parte de su explicación radica en la deficiencia del sistema de salud, el cual si bien es acucioso en tomar una prueba no lo es para decir o confirmar si es positivo para COVID-19 y mucho menos para determinar si ya se recuperó o murió. Pues muchos de ellos siguen siendo contabilizados como contagiados. ¿Hasta cuándo? Lo anterior impone la necesidad de que los medios de comunicación social reflexionemos sobre la responsabilidad social que nos asiste en esta materia informativa, a fin de procurar una mayor disciplina social en esta epidemia